Sentirse como una gota de agua que fuera a caer sobre un pico nevado, justo en la divisoria de tres, siete, veintidós valles.
Sólo que tener la oscura certeza de que la caída, el relieve, los valles posibles y los deltas y los que ya de entrada han sido y no serán, incluso el mismo calor que la levantó del suelo y el viento que la meció de un lado para otro, depende absolutamente de lo que ocurra dentro de la gota. Todo el exterior es meramente imaginario.
De repente un día darte cuenta de que a través de todos los cambios vuelves a ser aquello que eras, aquello que te gustaba ser. Aquello que a fuerza de estar siempre yendo habías olvidado.
Y saber que a la siguiente curva no comprenderás cómo ahora puedes seguir siéndolo.
Me sigue pareciendo increíble cómo uno apenas necesita parapetarse someramente para probar a ser otro. Y cómo a fuerza de forzar el gesto, podemos acabar sintiendo como la máscara. Mirando como ella. Pensando que nos era posible no tener que volver a lo que por fuerza siempre somos.
es una historia, hete aquí que he contado una pequeña historia, acerca de mí, acerca de la vida que hubiera podido ser mía sin que nada hubiera cambiado, que lo fue quizá, tal vez he pasado por allí antes de que mereciera pasar por aquí, quién sabe hacia qué altos destinos me encamino, a menos que de ellos regrese. Pero una vez más debe de seguir tratándose de otro, tan bien lo veo, yendo y viniendo por entre sus toneles, impidiéndole temblar a su mano, soltando su vaso, oyéndolo rebotar y rodar, efectuando giros con la pierna, poniéndose de rodillas, estirándose boca acabjo, arrastrándose, la cosa se detiene ahí, debí ser yo, pero yo no me vi nunca, no se trata, pues, de mí, nada sé de ello, ¿cómo reconocerme, puesto que nunca me encontré a mí mismo?, esto se detiene ahí, esto es todo, ya no lo veo, no volveré a verlo, sí, ahora está ahí, con los otros, no los nombraré, eso se dice, se dice todo, los unos hacen esto, los otros aquéllos, él hace lo que dije, ya no lo recuerdo, volverá, para hacerme compañía, únicamente los malvados están solos, lo volveré a ver, él lo habrá querido, quiso saber cómo era, cómo vivía, o no volverá, una de dos, no vuelven todos, quiero decir que debe de haber algunos a los que yo no haya visto más que una vez, hasta el momento, exactamente, eso no hace más que empezar, siento que el fin se aproxima y el principio lo mismo, a cada cual su órbita, es evidente...
Samuel Beckett: El Innombrable
Releo lo que escribí en otra parte y polemizo, con la lucidez de la falta de sueño, con quien quiera que escribiese aquello. No es una rectificación, más bien un anexo con otra hipótesis. Sólo que ahora no queda tan claro, y la duda no aguijonea con el suficiente ímpetu como para querer probar tal o cual cosa. Más bien queda una felicidad no alegre, la tristeza lánguida del morador del laberinto que poco a poco acumula más evidencias, descubre serenamente la conexión entre dos sectores irreconciliables, intuye que al otro lado del muro se abre un corredor todavía desconocido; avanza en el laberinto cada vez con menos desesperación, pero al mismo tiempo prefiere observar el juego de sombras de los atardeceres entre los muros en lugar de deplorar su encierro. Ya se ha acostumbrado y, aunque no está seguro de nada, tampoco cifra todas sus esperanzas en salir a campo abierto; tal vez le bastaría alcanzar el eco de esos pasos que no pueden ser los suyos, se niega a creerlo; para cotejar sus mapas mentales, tal vez, para planificar la huida en compañía, acaso; pero a veces piensa que le bastaría con una presencia silenciosa, que de hecho ahí queda en alguna parte, invisible, y tal vez con eso baste; por momentos cree que incluso le bastaría con toparse con el minotauro y lejos de atacarle o huir, se quedaría buscando en su mirada una pizca de complicidad. Saberse con certeza en alguna parte, compartir el destino con la bestia, sabedor de que los muros que recorren no son los barrotes de su consciencia. Acatar que estamos encerrados con ella, sabiendo que el choque será inevitable pero casi deseándolo; casi perdiendo toda ilusión de ver el mar, aunque estemos en una isla de la que no se pueda salir a nado, pero enfrentarse al mar; saber que es difícil pero saberlo remotamente, actuar con el candor de cuando no sabíamos que lo fuera. Claro que sin perder la cabeza estrellándola contra los muros, tampoco es plan.
Hablábamos de burbujas. Creo que, además de desmoronarse, a veces pueden ser abandonadas voluntariamente. Nada es tan mecánico, ni ninguna inercia tan poderosa si en los sótanos de nuestra alma se prende la chispa adecuada. Aunque sea un cortocircuito en el ruinoso cableado. O puede que simplemente nos aburran, sintamos tedio de nosotros mismos y salgamos a ver qué encontramos fuera como el que se pasea lápiz y cinta en mano por el laberinto del Ikea. Eso o realmente, de tarde en tarde, se nos ocurre mirarnos desde fuera (aunque este fuera esté jodidamente dentro) al mismo tiempo que recordamos que no somos los que queríamos ser, que aunque este pasillo sea cómodo era otra cosa la que andábamos buscando. Pozos escondidos en mitad del desierto, no grifos esmaltados, no bidones con sabor a plástico. Aunque cueste ponerse a andar.
Desde aquí y ahora me parece que la desilusión no es el fuera, aunque a veces sea el único impulso que tenemos a mano para moverse de lugar. Pero creo que más bien es un paraguas terapéutico, con un cielo negro pintado para no ver el sol. Porque a nadie le gusta ver que afuera hace sol cuando viene de un cuarto oscuro y frío.
Claro que dudo que realmente exista un fuera, casi postularía su no existencia, si no fuera por lo terrible de esta conclusión y el peligro de que al convencernos de ellos nos quedemos cruzados de brazos convencidos de que quien diseñó el laberinto olvidó, por descuido o maldad, ponerle una salida. Asumir entonces, operativamente y por convenio, la noción de fuera a título operativo. Para llamar a gritos a los dueños de los pasos que no vemos, para dirigirnos a una zona de nuestra elección. Aunque las burbujas que allí se levanten sean en realidad un anidamiento de capa tras capa: si no se parecen a esta, si el tiempo y el sueño y el hambre y el deseo fluyen allí de otra manera, si las astillas no resqueman tanto por las noches, seguiré llamándolo fuera. Aunque sea un fuera tan exterior como la caverna subterránea que se construye bajo una cama.
Por lo mismo reniego del concepto de cebolla hueca. Por muy angustioso que pueda llegar a ser, y la retorcida comodidad de la angustia autocompasiva, no hay cebollas huecas, no hay camaleones universales. Aunque lo imitase todo tendría consciencia de la imitación, los estados anímicos mimetizados, su alternancia, sus rechinares, sus picos y sus valles constituirían su camaleonicidad. Tan sólo podría haber camaleones más o menos perezosos, más o menos temerosos del dolor contorsionista. Más alocados o más reflexivos, más imitadores de lo imposible, a riesgo de pegarse contra el suelo, y más amantes de las formas estatuidas. Más o menos propensos a la inercia. Claro que pueden decidir llamarse cocodrilo o mono, pero siguen siendo camaleones.
Por último, me planteo el proceso de construcción. Palabras, sí, pero hay infinitos modos de ensamblaje. Y cementos más o menos elásticos, muros más o menos permeables. Y ventanas miopes y ventanas horizonte. Tal vez entonces creí que uno podría empezar de cero, pero la noche se acerca cada vez más y entoces descubrimos la escasez de materiales: a veces sólo barajamos, pero siempre entre los restos del derribo. De cuando en cuando encontramos algo exótico, algo nuevo, casi siempre de una explosión cercana. Claro que a saber cuánto tiempo llevan esos ladrillos por aquí, probablemente desde que el mundo es mundo, claro que las técnicas y las modas.
Y el asunto de los planos. Al principio uno busca altura, la sensación de vértigo, mirar a dios a los ojos. Pero entonces Babel y vuelta al suelo. Conforme pasa el tiempo nos meten el miedo del desequilibrio, y entonces todos buscando anchos basamentos, elegancia o estabilidad. Como si los terremotos no derribasen catedrales. Y a todo esto tenemos manías recurrentes, he observado en todo este tiempo la tendencia casi universal a repetir el edificio que esperábamos. La costumbre, sí, el miedo a los derribos constantes. Si el arco se cayó por su propio peso, no buscamos otra forma: lo levantamos exactamente igual hasta un ladrillo antes y entonces vemos qué se puede hacer. Para engañarnos le ponemos otro nombre, otra voz, pero en vez de descifrar las líneas invisibles imponemos al aire nuestro diseño. Porque esa es otra: se me ocurre que las burbujas estuvieran ahí sin que nosotros las levantemos, y nuestro devenir sea como de larva impenitente, de celda en celda de la colmena. Precisar que las colmenas silvestres no son tan regulares: crecen espontáneamente donde les sea posible, desbordándose. La única regularidad viene por las zonas de contacto.
(Observo con pavor que la otra vez pude expresarlo con muchas menos palabras.)
Resumiendo: caen burbujas, levantamos burbujas. Sucede a base de repetirnos segundo tras segundo que sucede. De momento opto por las burbujas ligeras, transportables, con grado variable de opacidad y resistencia. Odio las burbujas esclerotizadas, por muy bien que me las pinten. Ando buscando, siguiendo ecos, porque me diviertiría montar un campamento de burbujas experimentales. Más rápidas que la fuerza de gravedad; sembradas de túneles subterráneos.
Hace un rato, después de poner la mesa y mientras se enfriaba la comida, me disponía a sentarme un rato en el salón; he tomado la costumbre de escuchar música mientras miro los informativos sin voz, mientras me voy inventando otras historias sobre las mismas imágenes, que para el caso viene a dar lo mismo y por lo menos se alegra uno un poco frente al circo mediático. Esta vez tomé de la estantería los "Cuadros de una Exposición", de Mussorgsky, que por cierto todo el mundo conoce sin saberlo. La cosa curiosa que hasta aquí me trae es que, distraídamente, mis ojos se posaron sobre la segunda fila de la estantería. Tomé un libro mío que podía llevar tranquilamente algunos lustros sin mirar.
Y me quedé un poco helado. Así que ahí estaba todo, en mi subconsciente, runruneando taimadamente, agazapándose... El libro en cuestión es un libro sin letras, son unos dibujos muy majos llenos de rincones por los que perderse. Se llama "Miremos el Campo", y hojeándolo (no se crean, tiene cinco páginas dobles, apenas un día que pasa volando) oscilaba entre la tierna nostalgia y la más airada de las rabias ante las subliminales informaciones, búsqueda frenética de valores y antivalores en una precariamente compensada interacción, pensando "así que las mujeres hacen todo el trabajo sucio y el hombre, me gustan esos pantalones, con su sombrero en el tractor", pensando "ah, muy bien, así que de esto se trataba, de meter ideas en la tierna psique de los críos, para que luego se peguen de bruces al salir al mundo real y descubrir que no hay tal puerta de retorno, y anhelen algo que nunca vivieron"... y cosas por el estilo, ya se imaginan.
Incluso estaba ya ahí el espantapájaros, profético modelo de conducta:
Pero bueno. El detalle verdaderamente revelador, viviendo en el día que vivo, aparece en la contraportada (además del sutil detalle de que catalanes tenían que ser, los ilustradores). Ahí explican de forma somera el objetivo de la colección, y descubro que mi libro es sólo el primero de la colección. Y, súbitamente, fui iluminado. Los títulos de los demás libros que no llegué a leer lo dicen todo, sin necesidad de tanta parafernalia:
1. Miremos el campo.
2. Miremos la casa.
3. Miremos la ciudad.
4. Miremos las tiendas.
5. El fin de semana.
6. Adónde voy.
Para os surrealistas, o mundo era algo mais do que uma máquina. Um lugar cheio de magia cujo sentido poderia ser encontrado exatamente na metalinguagem cifrada das casualidades e das coincidencias. O primeiro cientista que levou o tema das coincidencias suficientemente a sério foi o zoólogo Paul Kammerer. Ele elaborou uma teoria explicativa das casualidades a partir do arquivo de coincidencias que reuniu dos 20 aos 40 anos de idade. Paul Kammerer acreditava que as coincidencias tinham um significado. Em seu livro "Das Gesetz der Serie" (A lei da Serialidade), publicado em 1919, ele sustenta que as casualidades acontecem em serie. Para Kammerer, uma série é "uma repetida ocorrencia coerente de coisas ou acontecimentos iguais ou parecidos com a qual nao estao conectados os membros individuais do episodio". Quer dizer, as casualidades acontecem sem a intervençao da vontade das pessoas que as experimentam. Na sua opiniao, as coincidencias seriam manifestaçoes de um "principio metafísico" que atuaria paralelamente a¡s leis da Física.
ante el hastío y la somnolencia que asaltan tan a menudo
esperar a darnos cuenta de que ya estamos sobre el abismo
y seguimos con la mirada perdida...
(¿qué necesitamos para saltar?)
No llego. Miro mi reloj. Me van a cortar la cabeza.
Salgo huyendo, asqueado de los comportamientos observados a mi alrededor en la biblioteca. Me estoy haciendo viejo.
Y entonces, de camino en la búsqueda de glucosa chocolateada, caigo en la cuenta:
TODO ES ESTÉTICA!!! 1, 2, 3, 4
(otro día lo explico)
Volver y negarse a lo que ya quedó al otro lado se desvanezca, aferrarse con uñas y dientes a un recuerdo que, noche tras noche, se va volviendo cada vez más confuso, más difuminado. Darse cuenta de que uno volvió de donde estaba y que vuelve a encontrarse donde siempre, rodeado por los que siempre le rodean. Esos cuyas vidas hace apenas unos días nos parecían tan lejanas, tan ajenas, tan dejadas atrás, esos que uno no diría que estuvieran esperando nuestro regreso, esos que ahora son todo cuanto tenemos, porque lo lejano ahora, lo verdaderamente lejano una vez cumplido el plazo vuelve a ser lo de siempre, ese lugar donde estuvimos y que entonces se nos aparecía tan absurdamente familiar. Y esos son los que están aquí, y nosotros entre ellos, volviendo a sujetarnos con los cómodos e invisibles lazos de lo cotidiano, y que nos cueste concebir cómo sus caras apenas cambian cuando les contamos lo que les contamos, claro que si miramos sólo las palabras que salen de nuestra boca tampoco es gran cosa lo que les contamos, apenas un relato de incidencias, y cómo lo pasaste, lo pasé bien, y qué hiciste, pues hice esto, ajá, así que lo pasaste bien, y qué más viste, qué más hiciste, qué más te ocurrió, pues no hice nada más, no tuve tiempo, ajá, y los museos, estaban cerrados, y sólo estuviste allí, todo el rato, solo, y te acostaste con alguien, no, pero de alguien te enamorarías, no, mira, tampoco, no has entendido nada de lo que te estuve contando, y entonces esos que están al otro lado de la mesa escuchando pacientes nuestra historia dejan escapar un mal disimulado gesto de impaciencia, esperando una prolongación sutil de nuestro silencio que permite pasar a otra historia, a los pequeños pero jugosos detalles de la historia de siempre...
... y nosotros volveremos a contar en esa historia, nos impregnaremos de ella cubriendo todos nuestros poros hasta que consigamos, al mirar a un punto indeterminado del horizonte, volver a otear aquellos días ahora tan lejanos a través de una ventana, como el que intenta adivinar dónde se encuentra un determinado edificio al otro lado de la ciudad, sospechando que alguna vez tuvo que estar en ese edificio ahora invisible, ahora apenas oscuro giro de cuello en la noche o mirada clavada en nuestra nuca, crece la certeza que que una vez éramos otros, apostados detrás de la ventana del edificio que no vemos, que acaso no veríamos aunque se disolviese la bruma, estábamos allí con otras gentes que ahora no son más que nombres que salpican una historia descolorida a base de repeticiones, una historia truncada antes de arrancar, estábamos allí y desde detrás de la ventana mirábamos en esta dirección, sonriendo mientras tratábamos de adivinar dónde quedarían nuestros pasos si siguiésemos en el hormiguero.
Interesante ponencia sobre la esclavitud y el control mental (El Sr. Tesla anda por todas partes últimamente)... ¿Se trata de un X-File? ¿o...?
Batallas por la mente, virus culturales...
imposible no es una realidad, es un concepto.
Por mucho que nos riamos de un determinismo o un control tipo Gattaca, el miedo está ahí instalado. Bien profundo. Aunque critiquemos los límites del Racionalismo (irracionalismo te(cn)ológico más que racionalismo científico), sus dogmas nos impregnan. ¿Y si fueran posibles otras vías de explicación, y estuvieran siendo sistemáticamente silenciadas?
Por ejemplo esta peculiar -aunque otros digan "delirante" teoría de campos. La verdad es que suena muy interesante. Extrapolable: ejemplo más de virus, de transposón. Sobre todo no la vertiente desviada que el artículo en sí analiza, sino la predominante. Y no lo olvide, persiga la estabilidad. Es la clave del éxito...
Despertar. Resetearse. Comprobar con extrañeza que es otro día, que está nublado...
Lavarse las legañas, lavarse el extraño recuerdo de la vida al otro lado. El papa dando misa en el pueblo donde nací. Esperar a la salida de la misa-feria, caminar por un camino de tierra, por la parte trasera de los edificios. Las gallinas, el arroyo.
Y, de repente, dar un salto. Caminar brevemente por el tronco vertical de un árbol. Atreverse a levantarse de nuevo del suelo, girar sobre mí mismo... y comprobar con estupor, con extasiada incredulidad que sólo muy lentamente va dejando paso al miedo, que el suelo está allí abajo, alejándose cada vez un poco más. Recordar aquel sentirse suspendido, viendo pasar las nubes, contemplando un horizonte cada vez más amplio y lo asfixiante del hormiguero que entendíamos como mundo... Temer, pero con un temor calmo, casi divertido, que de un momento a otro, esta situación se romperá, darse cuenta de que nada me sostiene, que la gravedad volverá a reclamarme con toda su fuerza, y entonces...
Entonces nada. Ponerse la bata, mirar al cielo ahora desde abajo, comer algo. Reengancharse en la lógica implacable de lo cotidiano. Algo me llama, me distrae, me succiona, y me pierdo por un rato en el frío reflejo de tiempos pasados. La red me da miedo. Instantes congelados sobre los que no cae el polvo. Un año de un vistazo. Compruebo las fechas y me niego a reconocer que por aquel entoces ocurría aquello, me resulta imposible concebir que aquello fuera pensado o sentido. Que sea cierto el recuerdo de haber sentido que nada semejante pudiera volver a pasarnos, que habíamos aprendido la lección. Que el porvenir estuviera abierto, que algo que sólo comenzaba a ocurrir fuera a cerrarse inexorablemente, sin dejarnos más allá de ninguna parte. Que los nombres pudieran, si no ser olvidados, sí corroídos por el ácido universal.
Quisiera dialogar con aquellos seres, entre los que me cuento yo mismo. Pero no puedo. Los blogs son un invento del diablo: impiden que podamos realmente olvidar. Apenas permiten una sonrisa torcida. Son tan caducos como los medios que criticamos. Uno sigue apenas las últimas trivialidades, que son sin cesar devoradas y archivadas. El pretérito, pluscuamperfecto, apenas tiende a tener más interés anecdótico que un recorte de un periódico amarillento. Sí, hay otros trenes, hay otros viajeros con los que coincidimos en las estaciones. Pero me parece grotesco que uno pueda seguir comentando en una conversación truncada hace tantos meses. No cabe el diálogo con los que fuimos entonces, o con los que eran, pretendiendo (¿esperando? ¿temiendo?) que aún sigan siendo. Además de la flagrante violación de intimidad, arrojando violentamente trozos de pasado a la cara, cabe la posibilidad de que no puedan respondernos, o que si lo hacen, lo haga el otro desde su futuro, que a la vez será ya pasado desde donde nos encontremos... Suponiendo que todo, esto, usted, yo y los de más allá, sigan recordando. O sigan queriendo recordar.
Suponiendo que nuestras correspondientes realidades sean más reales que las que ensayamos en este mundo. Por no decir las que fingimos. Es delirante. Todo se precariza, todo se acelera, todo se desdibuja. Aunque también fascinante.
Apenas cabe el último instante, la última obsesión, el último desafío. Nada queda a lo que agarrarse.
Y sin embargo ahí están, esos fragmentos, tan lejanos, tan alejándose de este ahora mismo que con los instrumentos adecuados podríamos verlos tornarse al rojo.
los astros no están más lejos
que los hombres que trato...
Existen dos clases de personas en este mundo: las que están ciegamente convencidas de que existen dos clases de personas en este mundo; y las que no.
Miraba por la ventanilla, mientras el tren corría hacia Buenos Aires. Pasamos cerca de un rancho; una mujer, debajo del alero, miró el tren. Se me ocurrió un pensamiento estúpido: "A esta mujer la veo por primera y última vez. No la volveré a ver en mi vida". Mi pensamiento flotaba como un corcho en un río desconocido. Siguió por un momento flotando cerca de esa mujer bajo el alero. ¿Qué me importaba esa mujer? Pero no podía dejar de pensar que había existido un instante para mí y que nunca más volvería a existir; desde mi punto de vista era como si ya se hubiese muerto; un pequeño retraso del tren, un llamado desde el interior del rancho, y esa mujer no habría existido nunca en mi vida.
Ernesto Sábato: El túnel
Entrevista a Slavoj Zizek en torno a la "Teoría del Gran Calamar", realizada por Ramón Benítez. Traducción al Castellano para El Calamar Te Vigila por Sofía Espino.
RB: Sr. Zizek, en varios ensayos usted ha desarrollado una crítica de la llamada virtualización de la realidad que supuestamente acompaña al desarrollo de la teoría del calamar. Recientemente usted ha hablado acerca de varias nociones realacionadas con el calamar gigante en la Universidad Humboldt de Berlin. Hay una noción colectiva del calamar gigante que parece corresponderse con la tendencia general hacia un uso más o menos predominante de teorías conspirativas que tratan de explicar el mundo moderno...
Slavoj Zizek: Si entiendo correctamente este punto de colectivo unimental correctamente, entonces se trata de una versión de la teoría del calamar sobre la que hablaré a continuación. Antes de todo me gustaría mencionar la versión deconstruccionista de la teoría calamar, que dentro de la tradición post-cartesiana se formula más o menos como sigue: Cada uno de nosotros puede jugar con sus identidades, y cada identidad a su vez puede jugar... y así sucesivamente en una suerte de bucle autorrecursivo. Esta, básicamente, es la versión feminista, deconstructivista, Foucaultiana. Pero como usted probablemente sepa, hoy en día esta teoría viene a coexistir con otra, llamémosla la escuela New Age de calamargigantidiología.
Se trata de la idea neo-Jungiana de que todos nosotros vivimos en una era de falso individualismo, mecanicista, y que justo ahora nos encontramos en el umbral de una mutación....
RB: ...la Noosfera...
Slavoj Zizek: Si, esa es precisamente la idea. Todos compartimos una mente colectiva. Lo que encuentro particularmente interesante de todo esto es la ambigüedad de esta fantasía: Puede ser presentada como la más refinada y definitiva manifestación del horror. Ya en los cincuenta la gran amenaza del comunismo giraba en torno a la noción de lavado de cerebros, la capacidad para establecer una sola mente. Hoy en día, aún no nos hemos despojado de esta negativa imagen utópica de la mente colectiva, mientras que, por otra parte nos encontramos con esta imagen New Age con un tinte por completo positivo. Se trata de versiones contrapuestas, pero de lo que estoy tentado de disentir es de su premisa común, es decir, afirmar que el calamar gigante significa, por decirlo claramente, el fin de la individualidad, el fin de la subjetividad Cartesiana. Todas las propiedades positivas se externalizan en el sentido de que todo lo que eres, en un sentido positivo, todas tus características, pueden ser manipuladas. Si jugamos en el espacio virtual, yo podría ser, por ejemplo, un hombre homosexual que simula ser un calamar heterosexual, o lo que fuere: está en juego si puedo o no construir una nueva identidad por mí mismo, o puesto de un modo aún más paranoico, soy algo ya controlado, manipulado por el espacio digital, el dominio de los Maestros Calamáricos. Aquello de lo que te desprendes son sólo tus propiedades positivas, tu personalidad en el sentido de tus características personales, tus propiedades psicológicas. Pero sólo al desprenderse de todo su contenido positivo, puede uno ver realmente lo que queda, el sujeto Cartesiano.
Sólo en la Teoría Calamar nos aproximamos realmente al meollo de la subjetividad Cartesiana. Usted recuerda cuando Descartes elabora el proceso de la Duda Universal.Uno duda de que cualquier cosa realmente exista a fin de llegar al propio "ego cogito." Descartes desarrolla esta idea diciendo: Imaginemos un Dios Malvado, un calamar malvado que intenta engañarnos para que pensemos que.... Y, no es justo esto, el Calamar Gigante, el mismo núcleo del espacio virtual, la materialización de este espíritu malvado? Equivale el calamar a dios? Calamdeidad? Caladios? Caos? Cas? [N.del T.: juego de palabras intraducible: Squod? Sgod?]
Y resulta de todo punto crucial pasar a través de esta duda universal: ¿Y si todo está construido digitalmente, y si no hay realidad por la que comenzar? Es sólo cuando se atraviesa este desierto momentáneo de duda absoluta que uno llega a lo que Descartes quería transmitir con su tan manido "cogito ergo sum." Por esta razón pienso que de ninguna manera la subjetividad Cartesiana pueda estar amenazada. En su lugar, pienso que sólo ahora es que estamos llegando a ella, al comprender al calamar.
RB: Internet parece ir desarrollando una metáfora del calamar gigante, la idea de una consciencia colectiva via las herramientas de comunicación. Por otra parte, está su idea del computador como un complemento asexual del ser humano, algo que constituye el Gran Otro, o el Gran Pulpo. ¿No podrían esas metáforas aplicarse a todos los medios electrónicos, o incluso a los medios en general? Muchas propiedades que atribuimos hoy en día a la televisión podrían igualmente ser atribuidas al calamar gigante. ¿Qué hay sobre porno duro al estilo calamar?
Slavoj Zizek: Bien, aquí tiene otra pregunta: ¿Y si el sexo real no fuera otra cosa que masturbación con un compañero real? Es decir, usted piensa que está haciéndolo con un compañero de carne y hueso, pero en realidad está usando a esa persona como un artefacto masturbatorio, el compañero real apenas le aporta un material mínimo para que usted pueda representar sus fantasías de una forma convincente para su cerebro. En otras palabras, siempre hay al menos cuatro implicados en el sexo, nunca se trata de usted y su compañero, Usted debe tener una fantasía para sostenerla con la adición del omnipresente gran calamar. No cualquier manifestación, sino aquello que sobrevuela sus representaciones colectivas allá por donde, de forma forzosamente fragmentaria, aparece. En el momento en que la fantasía se desintegra, estalla la burbuja: el compañero se vuelve desagradable. El horror. Lo vemos en "Hamlet", por ejemplo; a la mitad de la obra, Hamlet mira a Ofelia and tiene este momento de Cephalofobia: Descubre la desagradable persona que ella es. Porque precisamente lo que pierde es este soporte fantasmático.
Pienso que una cierta dimensión de virtualidad es cosustancial con el orden simbólico del calamar gigante o el orden del lenguaje como tal. Hay otro punto, que tal vez esté conectado con el fenómeno de mente calamaroide colectiva que usted evocaba hace un momento. Sostengo que uno debería aproximarse a la dimensión de estar nomuerto. En este preciso sentido que nomuerto no significa simplemente vivo, significa muerte pero de ninguna manera vivo. Aquí conecto la teoría calamar con lo que Lacan denomina tejido de la libido, lamella, una sustancia de vida que nunca puede ser destruida. El problema a partir de aquí no es la mortalidad, sino su contrario: Es esa horrible forma de vida, como la del calamar vampiro (Vampyroteuthis infernalis), de la que uno nunca puede desprenderse. El horror definitivo viene a ser el mismísimo Unsterblichkeit, esta misma inmortalidad. En el nuevo texto en el que estoy trabajando, trato de establecer esta conexión imposible, un enlace entre Kleist, Wagner, y el Calamar Gigante. Si usted lee con atención las óperas de Wagner, la queja fundamental, en mi opinión, la Klage de todas las grandes arias Wagnerianas, is la siguiente: A sus héroes salvo en Lohengrin y Tannhäuser, sus grandes desastres - no se les está permitido morir, como al calamar vampiro. Este, creo, es el verdadero horror de la teoría calamar, que uno tenga esta dimensión espectral de la vida más allá de la muerte, una muerte noviva, que es poderosamente cierta incluso al nivel más banal de lo cotidiano.
Veo aproximadamente el mismo problema con la clonación. No se trata de un problema de "Oh Dios mío, voy a perder mi individualidad, voy a estar en el lugar de un doble perfecto etc." El problema de la clonación es que no puedes morir. Es como si usted se mata y ellos encuentran (hablando idealmente, por supuesto ya que no es todavía científicamente posible) un trocito de carne putrefacta que un buen día fue suyo y... pueden reproducirle. Usted es infinitamente reproducible. Nadie sabe cómo afectará esto a la individualidad. Un calamar tiene ocho tentáculos. Hay más que una dualidad de dobles. Con el calamar gigante, ¡estamos hablando de octalidades!
RB: Usted interpreta la situación en la que uno se encuentra delante de la pantalla del ordenador -por ejemplo, al comunicarse mediante el correo electrónico como una situación de histeria. Existe actualmente una gran incertidumbre en torno a estas nuevas formas de comunicación: Uno nunca puede estar seguro de quién está leyendo lo que escribe, o de qué manera lo hace. Uno es consciente de esta situación todo el tiempo, e intenta anticipar las reacciones del otro. Asímismo, se echan en falta importantes características de la comunicación cara a cara, como los gestos o el tono de la voz ...
Slavoj Zizek: El subconsciente Freudiano se parece bastante a lo que uno hace frente a la pantalla del computador. El subconsciente Freudiano no es todo este lenguaje corporal o este conjunto de tonalidades, no. Es precisamente este desamparo, cuando usted está hablando con alguien, pero al mismo tiempo ni siquiera sabe exactamente a quién se dirige. Uno está radicalmente no-seguro, ya que básicamente este es un síntoma. Cuando uno padece algún síntoma histérico, este muestra precisamente este tipo de estructura. Mi punto de vista aquí estaría... a lo largo de las líneas que usted proponía, sí, diría que el gran calamar con frecuencia funciona al modo de la histeria, que es exactamente esta incertidumbre radical: No sé a quién llegará mi carta. No sé lo que el otro quiere de mí, y de este modo intento, por anticipado, reflejar esta incertidumbre. El calamar gigante es abierto en el sentido de que no podemos decidir a partir de sus propiedades tecnológicas si funciona en un modo perverso o en un modo histérico. No existe una economía psíquica certera instcrita en el funcionamiento de la teoría calamar como tal. Pero con mucha más frecuencia entonces nos encontramos pensando que el calamar gigante está aún atrapado en una economía histérica. Esta es la razón por la que desconfío no sólo de las versiones paranoides del calamar gigante, sino que al mismo tiempo desconfío profundamente de la versión liberadora, la del jugamos con múltiples identidades y así sucesivamente...
Pienso, si puedo simplificar, que existen tres o cuatro versiones predominantes de la teoría calamar:
Está la versión del sentido común, en la que somos todavía personas reales que nos hablamos las unas a las otras: el calamar gigante no es sino otro medio. Esto es demasiado simple, porque el Calamar Gigante por supuesto afecta a lo que significa existir como sujeto.
Luego tenemos la versión paranoica: el calamar gigante, la cosa materna, perdemos autonomía.
Luego tenemos esa perversa noción liberadora: nos libramos de la autoridad patriarcal.
Y la otra es la versión New Age de la Noosphere.
La gente está tan fascinada por fenómenos que son realmente muy excepcionales. No conozco a nadie que, al sentarse frente a su computador, regrese realmente a algún tipo de inmersión psicótica, que se convierta en un miembro de la noosfera, un acólito del Maestro Calamar, no, la realidad no es así. La experiencia histérica es la experiencia fundamental
RB: Uno se ve tentado de interpretar su énfasis en la histeria en esta discusión como una respuesta a cierta clase de políticas actuales de izquierdas que han sido inspiradas por la teoría calamar, que propone el potencial transgresivo, y por ende subversivo de la perversión ...
Slavoj Zizek: Algo que hace a la histeria interesante es cómo estas ideas izquierdosas actuales comparten la descalificación de la histeria con las políticas radicales de Lenin o Stalin. Sería muy interesante encontrar cuándo el significante del sujeto histérico emerge como una ofensa en las políticas Stalinistas. Incluso antes, ya con Lenin, los enemigos internos, los revisionistas, eran descalificados como histéricos. No saben lo que quieren, dudan. Cuando hablo de perversión no quiero decir perversión como una cierta práctica, digamos penetración anal, penetración de calamares. Para Lacan, perversion designa una acticud subjetiva muy precisa, que es la actitud de autoobjetivización o autocefalopodización. Mientras que el típico miedo histérico se convierte en una herramienta para el otro, el constituyente básico de la subjetividad es histérico: No sé lo que soy para el Calamar. La histeria, o la neurosis en general es siempre una posición del cuestionarse. Mi respuesta a cierta versión popularizada de Foucault o Deleuze que presenta a este polimórficamente perverso sujeto post-moderno con su a partir de ahor nunca más fijada autoridad calamárica, alternando entre diferentes autoimágenes y rehaciéndose todo el tiempo, es: ¿Por qué tendría esto que ser subversivo? Sostengo, y esto me ha llevado a muchos problemas con ciertas feministas, sostengo que, para ponerlo en los viejos términos marxistas, la estructura predominante de la subjetividad actual en el Spaetkapitalismus (ie, Capitalismo Avanzado) o como queramos denominarlo, es perversa.
La forma típica de la economía psíquica de la subjetividad, que es más y más predominante cada día, la denomidada personalidad narcisista es una estructura perversa y no puede sostenerse en la teoría calamar. La autoridad calamar ha dejado de ser el enemigo, hoy en día. De modo que esta idea de una explosión de múltiples perversiones tan sólo describe algo que se ajusta perfectametne a nuestro orden tardocapitalista . . .
RB: . . . la flexible economía cefalópoda.
Slavoj Zizek: Sí, puedes llamarla así. No identidad firme, identidades cambiantes y múltiples, ocho de ellas octalidades. Así es como la subjetividad funciona hoy. Para resumir una historia muy larga, la perversion no es subversive, y el primer paso hacia la subversión es precisamente reintroducir esta duda histérica. Piesno que las relaciones sociales actuales pueden reconocer perfectamente identidades múltiples. Pienso que el sujeto ideal es trisexual: Juego con hombres, juego con mujeres, juego con el calamar. Todo sigue: no es subversivo.
Y, como conclusión, señalar a que todo apunta hacia el hecho de que existe una conspiración en torno al calamar gigante... alumbrar esta conspiración significaría la muerte. No creo que exista nada histérico en torno a esto. Volver a la idea original de interpretar el mundo moderno a través de una conspiración me parece un acierto. Lo real (Ja!), el Calamar Gigante, la verdad será encontrada sólo a lo largo del largo camino en su búsqueda. La naturaleza del calamar es la naturaleza del post-modernismo. La total no-verdad en la búsqueda del significado / El Calamar Gigante.
Dejo aquí este texto de Hakim Bey: T.A.Z. (Zona Temporalmente autónoma).
No lo comparto del todo, pero me ha parecido... estimulante. La vida pirata, la vida mejor!
Como siempre, no tengo tiempo. Dejo también dos enlaces a un par de sitios interesantes que he encontrado:
Rizomas
Terrible Hechicero Anarquista (periódico)
Y bien. Seguimos en el mismo sitio.
(siempre la misma función...
el mismo espectador...)
Seguimos haciendo las mismas cosas.
Claro que no pretendemos bañarnos en el mismo río, ni seguir siendo los mismos por conservar un rectángulo de cartulina que plastifica nuestro mismo nombre. Que quién sabe si es el nuestro. O eso nos repetimos. Por decir algo.
...El calamar se apareció en el Algarbe. Por allá (en Portugal, en Oporto, en Tras-Os-Montes, en Lisboa) quedan cabos sueltos. Otros contadores de tiempo detenido. Ya llegarán, ya...
Aquella fue una experiencia extraña. Casi llegó a darme miedo, su aparición. Otro día hablaré de aquel atardecer, de aquella luz irreal. De los escondetrás en la niebla, de la inmensa mancha de agua que nos oculta lo que hay detrás de la cortina. De eso y de la ciudad fantasma donde no habita nadie, de la conversación ininteligible entre la única viajera en el autobús y el conductor. De eso y de cómo mi amigo se partió la espalda. De las cervezas en la placita mientras venía la enfermera... de eso y de los militares de las fuerzas armadas angoleñas, de la huerta donde dormimos... del aguardiente de madroño.
Claro que empiezo a plantearme qué sentido tiene todo esto... Sí. Estamos desvirtuando el verdadero sentido del calamar, sus noctámbulas y enigmáticas apariciones, su mensaje cifrado bajo las palabras que podríamos cruzar y no cruzamos. Quiero decir, empieza a parecerme un poco vacuo todo esto. Yo me desgañito tratando de recordar cosas que por más que quiera no voy a revivir, de hecho aunque lo consiguiese nadie me quitaría ese sentimiento de vacuidad (casi que encontraría de nuevo el hueco, las ausencias de entonces, el sentido de la flecha apuntando hacia). Por otra parte podría tratar de entretener o asombrar, de hacer malabares con las palabras para que usted (es decir, yo mismo, al otro lado) trate de forjarse una idea, de definir un conjunto a partir de la nada (salto mortal entre el no ser y el casi es) en el cual irá metiendo (o más bien yo trataré de obligarle a que meta, captando su desbordada atención, consumiendo una cuota de su tiempo de procesaje mental) todas aquellas gilipolleces que yo tenga a bien ir vomitando, todas las bolas de hilos, pelo y pelusa que pululan por bajo los grandes muebles metafóricos de mi vida...
Y todo viene a ser lo mismo, ve. Yo haciéndome la ficción de que usted existe (o más bien tratando de justificarme la pretensión de que nunca jamás, que escribo al aire y usted casualmente pasaba y escuchó este grito en el vacío, este caer de troncos en un bosque desierto), usted inventándome transitoriamente para volverme a olvidar, para reciclarme en el contenedor de las piezas del señor potato...
Y claro, a otra escala, huidas a este espejo espejito mágico de bytes aparte... así andamos todos, con el reciclaje emocional. Los espejismos por capas, como las ciudades que de tarde en tarde se desentierran... ¿no sería mejor, si por casualidad uno descubre algo de la capa de abajo, acumular escombro encima antes de que nadie se diese cuenta? Nota mental, tratar de explicar esta clase de reciclaje en otra ocasión. Viene a ser algo así como que cambian las caras, pero el fondo lo reconstruimos a partir del último punto donde se conservaba la flotabilidad...
Desenterrar, olvidar... . Volver a ser el mismo, incluso buscando años ha. Proyectarse para preguntarse si...
Antes de perder el hilo trataba de explicar los torcidos renglones del determinismo estocástico: espalda rota, no nieve, no pueblo perdido en las montañas (ahora me doy cuenta de que llevo meses silenciando aquella revelación del calamar... o le pongo remedio o la olvidaré...), adiós también a transylvania. Y, siguiendo el fluir de las runas... Volé. Simplemente. Al otro lado de la burbuja.
Hasta que aterricé sobre una piedrita del río. Y veía los remolinos allí abajo... lejos... lejos... a mis pies.
Claro que eso son otras historias. Ni eso. Retazos. Paisajes. Rostros en movimiento. Que van desdibujándose como el humo
(escribir, escribir de nuevo, sin pretensión de que nadie lo entienda... transcribir, recordando la fiebre)
Cabos sueltos. Maravillosa eclosión del lado no prosaico de la vida. Aunque... algunos despertares... sonrisas torcidas. El o-tra-vez. (el miedo a traspasar la frontera de los nombres... como un extraño...)
Cervecitas. Camellos que lloran. Baldosas amarillas, arpas de boca. Ahora sí, esta vez tenemos un plan. Aunque, extrañamente, miremos atrás y nos demos cuenta de que no reconocemos estos rostros. Pero sí esta extraña sensación, esta necesidad de que nos resulten familiares.
O no.