7 de Febrero 2005

Parchís, mandala, amigos, casa...

Volver y negarse a lo que ya quedó al otro lado se desvanezca, aferrarse con uñas y dientes a un recuerdo que, noche tras noche, se va volviendo cada vez más confuso, más difuminado. Darse cuenta de que uno volvió de donde estaba y que vuelve a encontrarse donde siempre, rodeado por los que siempre le rodean. Esos cuyas vidas hace apenas unos días nos parecían tan lejanas, tan ajenas, tan dejadas atrás, esos que uno no diría que estuvieran esperando nuestro regreso, esos que ahora son todo cuanto tenemos, porque lo lejano ahora, lo verdaderamente lejano una vez cumplido el plazo vuelve a ser lo de siempre, ese lugar donde estuvimos y que entonces se nos aparecía tan absurdamente familiar. Y esos son los que están aquí, y nosotros entre ellos, volviendo a sujetarnos con los cómodos e invisibles lazos de lo cotidiano, y que nos cueste concebir cómo sus caras apenas cambian cuando les contamos lo que les contamos, claro que si miramos sólo las palabras que salen de nuestra boca tampoco es gran cosa lo que les contamos, apenas un relato de incidencias, y cómo lo pasaste, lo pasé bien, y qué hiciste, pues hice esto, ajá, así que lo pasaste bien, y qué más viste, qué más hiciste, qué más te ocurrió, pues no hice nada más, no tuve tiempo, ajá, y los museos, estaban cerrados, y sólo estuviste allí, todo el rato, solo, y te acostaste con alguien, no, pero de alguien te enamorarías, no, mira, tampoco, no has entendido nada de lo que te estuve contando, y entonces esos que están al otro lado de la mesa escuchando pacientes nuestra historia dejan escapar un mal disimulado gesto de impaciencia, esperando una prolongación sutil de nuestro silencio que permite pasar a otra historia, a los pequeños pero jugosos detalles de la historia de siempre...

... y nosotros volveremos a contar en esa historia, nos impregnaremos de ella cubriendo todos nuestros poros hasta que consigamos, al mirar a un punto indeterminado del horizonte, volver a otear aquellos días ahora tan lejanos a través de una ventana, como el que intenta adivinar dónde se encuentra un determinado edificio al otro lado de la ciudad, sospechando que alguna vez tuvo que estar en ese edificio ahora invisible, ahora apenas oscuro giro de cuello en la noche o mirada clavada en nuestra nuca, crece la certeza que que una vez éramos otros, apostados detrás de la ventana del edificio que no vemos, que acaso no veríamos aunque se disolviese la bruma, estábamos allí con otras gentes que ahora no son más que nombres que salpican una historia descolorida a base de repeticiones, una historia truncada antes de arrancar, estábamos allí y desde detrás de la ventana mirábamos en esta dirección, sonriendo mientras tratábamos de adivinar dónde quedarían nuestros pasos si siguiésemos en el hormiguero.

Escrito por calamar a las 7 de Febrero 2005 a las 01:32 PM
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