Sentirse como una gota de agua que fuera a caer sobre un pico nevado, justo en la divisoria de tres, siete, veintidós valles.
Sólo que tener la oscura certeza de que la caída, el relieve, los valles posibles y los deltas y los que ya de entrada han sido y no serán, incluso el mismo calor que la levantó del suelo y el viento que la meció de un lado para otro, depende absolutamente de lo que ocurra dentro de la gota. Todo el exterior es meramente imaginario.