19 de Marzo 2005

Cuerpos sin Organos

El CsO oscila constantemente entre las superficies que lo estratifican y el plan que lo libera. Liberadlo con un gesto demasiado violento, destruid los estratos sin prudencia, y os habréis matado vosotros mismos, hundido en un agujero negro o incluso arrastrado a una catástrofe, en lugar de trazar el plan. Lo peor no es quedar estratificado -organizado, significado, sujeto- sino precipitar los estratos en un desmoronamiento suicida o demente, que los hace recaer sobre nosotros, como un peso definitivo. Habría, pues, que hacer lo siguiente: instalarse en un estrato, experimentar las posibilidades que nos ofrece, buscar en él un lugar favorable, los eventuales movimientos de desterritorialización, las posibles líneas de fuga, experimentarlas, asegurar aquí y allá conjunciones de flujo, intentar segmento por segmento continuuns de intensidades, tener siempre un pequeño fragmento de una nueva tierra. Sólo así, manteniendo una relación meticulosa con los estratos, se consigue liberar las líneas de fuga, hacer pasar y huir los flujos conjugados, liberar intensidades continuas para lograr un CsO. Conectar, conjugar, continuar: todo un "diagrama" frente a los programas todavía significantes y subjetivos. Estamos en una formación social: ver en primer lugar cómo está estratificada para nosotros, en nosotros, en el lugar donde nos encontramos; luego, remontar de los estratos al agneciamiento más profundo en el que estamos incluidos; hacer bascular el agenciamiento suavemente, hacerlo pasar del lado del plan de consistencia. Sólo ahí el CsO se revela como lo que es, conexión de deseos, conjunción de flujos, continuum de intensidades. Hemos construido nuestra pequeña máquina particular, dispuesta a conectarse con otras máquinas colectivas según las circunstancias...

Deleuze / Guattari: ¿Cómo hacerse un Cuerpo sin Órganos?

Escrito por calamar a las 1:19 PM

6 de Marzo 2005

Acta fundacional

por la que se declara constituida la Guerriza Calcetiniana de Liberación Museística. Porque ya es hora de que lo que mantienen encerrado salga fuera, y viceversa. La prehistoria no ha muerto: las hachas de obsidiana pertenecen a este mundo, no a las vitrinas.

Escrito por calamar a las 11:12 PM

Esfinges posmodernas

Hace un día gris. Llueve. Una madre va a llevar el desayuno a su hijo, que duerme en la habitación contigua. Le está preguntando algo sobre su refección cuando, súbitamente, aparece la buena señora completamente aterrorizada en una casa de la que no puede salir. La pobre mujer descubre que por el camino le han salido unas bonitas medias de rayas.

¿Alguien se atreve con este enigma? Un gran premio aguarda a quien lo adivine. Manda tus preguntas (modo SI/NO) a elcalamartevigila@gmail.com

Escrito por calamar a las 11:07 PM

Yo, Rubik

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Después de los campos de fresas, una cerveza se interpuso a nuestro camino y la cerveza con sol y limón llevó a los frijolitos y a buscar un café en mitad de pleno parque efervescente. Una vez ahí echamos raíces frente al museo del hojaldre, donde capas y capas eran escondidas ante nuestros hojos, y los árboles eran demasiado verdes y los niños demasiado estridentes, pero no llores, si tú tienes muchos juguetes, y mira, ahora vamos a ir a Imaginarium a comprarte alguna cosita, y después a comer al McDonalds, no llores niño....
Al imaginarium. Por la puerta pequeña.
Y mientras tanto la noche que caía y una tremenda lucha contra los spaguettis aéreos, los espaguettis que al dente chocan contra la pared y se aferran con todas sus fuerzas pero vuelven a caer y entonces del suelo a la olla en ciclo continuo. Cada idea, cada hilo finalmente un spaguetti. Al ovillo infinito, a seguir enredándose, confundiéndose, sin llevar a ninguna parte pero llenándolo todo. Pero qué se puede hacer con los spaguettis, comérselos es una solución demasiado obvia, tal vez amasarlos otra vez o trenzar trenzas o confeccionar un disfraz de monstruo marino...
Todo espaguetti, para qué espaguetti. Si no fuera por la presencia inminente, acaso puramente especulativa, de una albóndiga. Albóndiga arpa de boca hasta que sangran los labios, albóndiga con hueso, albóndiga fuego fatuo.
Como la que vino a nos: asambleas diacrónicas de todos tus túes. Ene elementos por fila sincrónica, tantas filas como momentos de tu vida. Y entonces las alineaciones astrológicas, los pactos en vertical o diagonal, las tribus, los clanes. La filogenia del yo-en-este-instante, sus procesos de especiación, sus conjuras...
Multitudes, sí, pero cambiantes. Emergencias de todos los extremos unidos, pervivencia, arqueología bajo capas de escombro que permite volver a la luz a hordas enclaustradas en los sótanos...
Y así vamos.
Claro que igual la topología espaguettiza nuestra albóndiga. Pero qué caraio, lo bueno fue parirla.
Eso y desrevesibilizar el cielo, el cielo-descalcetínizador que lo desreversicalcetinice buen cielocivilizador será...

Escrito por calamar a las 10:51 PM

3 de Marzo 2005

de ovillos y masa de albóndigas

Al hilo de esto, tengo muchas veces la sensación, casi siempre a la hora de conciliar el sueño que casi nunca quiere venir a mi encuentro, es en estas horas cuando con más profusión me entrego a estas difíciles tareas, a esas horas en las que todo se confunde vagamente y uno se abandona a una semiinconsciencia de lo más fructífera comparada con las horas de vigilia, y es una lástima que al día siguiente uno apenas alcance a recordar lo que tan bien tramado quedó tan sólo la noche antes, tengo la sensación, decía, de que me encuentro encerrado en un espacio que no alcanzo bien a delimitar. Pudiera tratarse de un vagón de tren, aunque algo me dice, tal vez la inexplicable sensación de que todo se encuentra más abajo, o tal vez la casi absoluta carencia de ventanas, ahora que caigo, la sensación de grosor que emana de las paredes, sí, puede ser, en vez de un vagón podría tratarse de un barco. Un barco pequeño, no hay más de cincuenta viajeros. Estoy ahí encerrado con otras personas. Nadie habla. Tengo la sensación de que el viaje es largo. Pero nadie habla. No es que sean hostiles, no. No los conozco de nada, pero hay algo en sus gestos que indica que estarían dispuestos a mantener una conversación a poco que se les invitase a ello. Pero nunca doy el primer paso. Simplemente los miro, y ellos hacen lo mismo. Estamos sentados en unos bancos corridos a ambos lados del pasillo. Hay entre fila y fila de bancos unas mesas estrechas, sobre las que, de tanto en tanto, inútil saber cuándo pues no tengo reloj y no voy a cometer la estupidez de preguntar la hora, el tiempo es un fluir pastoso en este lugar en el que estamos encerrados, supongo que ellos se guían por algún tipo de señal interna, por algún tipo de imperceptible fluctuación en las mortecinas luces eléctricas, alguien saca una cesta y toma su comida sin compartirla con nadie, todo lo más con su compañero de asiento, ese que venía con él pero con el que tampoco se cruza palabra. No sé, es así como me siento.

Están esas personas ahí sentadas y yo en mi asiento, y en lugar de abrir la boca me dedico a seguir con mis diálogos internos. Hay dos o tres caras que me provocan curiosidad: querría ir hasta ellas y trabar algún tipo de contacto. Pero estamos mal sentados, no puedo pasar por encima de este tipo gordo que dormita a mi lado, no puedo, hay algo que me impide pasar por encima de él, cruzar el pasillo y detenerme junto a esa otra persona al otro lado de la estancia, quedame allí de pie y a la vista de todos hacerle cualquier tipo de pregunta. Sé que contestaría, sé que acaso la estaría esperando, sé que si preguntase por ejemplo por el lugar de donde viene habría algo en su mirada que me hablaría de paisajes nevados o de praderas amarillas antes siquiera de abrir la boca, y tal vez la mujer que se apoya contra la columna tres filas más allá volviese la cabeza para hablar de un pozo o un perro o un muro que ya nadie recuerda, cosas así. Pero hay algo que nos impide acercarnos, y no es el acto en sí, pues en realidad poco me importaría molestar al tipo gordo de mi izquierda, patearle la cara pretextando lo insoportable de sus ronquidos, no es la incomodidad de romper el silencio que todos obedecemos, es otra cosa. De algún modo, aunque el hombre de la otra esquina y la mujer sobre la columna y yo queramos comunicarnos, sepamos desde que abrimos los ojos y nos descubrimos aquí sentados que hay algo que nos dice que tenemos algo que decirnos, que algo nos mueve a acercarnos, hay de otro lado una otra fuerza que nos obliga a seguir sentados, a permanecer en silencio. Es algo así como un cansancio previo ante toda palabra, tengo la sensación de que por muy largo que sea el viaje, por muy agradable que resultase reunirnos en una esquina del gran camarote, aunque consiguiésemos congregar allí a todos los que quieren compartir su comida y dejar de estar aislados, más allá de la efímera victoria de haber conseguido deshacer la injusta disposición de los asientos, finalmente el barco llegará a puerto, lo hará cuando menos se lo espere, saldremos a la gélida cubierta portando nuestros bultos y nos perderemos en la noche, como si no nos hubiésemos visto, nunca.

Escrito por calamar a las 10:06 PM