3 de Marzo 2005

de ovillos y masa de albóndigas

Al hilo de esto, tengo muchas veces la sensación, casi siempre a la hora de conciliar el sueño que casi nunca quiere venir a mi encuentro, es en estas horas cuando con más profusión me entrego a estas difíciles tareas, a esas horas en las que todo se confunde vagamente y uno se abandona a una semiinconsciencia de lo más fructífera comparada con las horas de vigilia, y es una lástima que al día siguiente uno apenas alcance a recordar lo que tan bien tramado quedó tan sólo la noche antes, tengo la sensación, decía, de que me encuentro encerrado en un espacio que no alcanzo bien a delimitar. Pudiera tratarse de un vagón de tren, aunque algo me dice, tal vez la inexplicable sensación de que todo se encuentra más abajo, o tal vez la casi absoluta carencia de ventanas, ahora que caigo, la sensación de grosor que emana de las paredes, sí, puede ser, en vez de un vagón podría tratarse de un barco. Un barco pequeño, no hay más de cincuenta viajeros. Estoy ahí encerrado con otras personas. Nadie habla. Tengo la sensación de que el viaje es largo. Pero nadie habla. No es que sean hostiles, no. No los conozco de nada, pero hay algo en sus gestos que indica que estarían dispuestos a mantener una conversación a poco que se les invitase a ello. Pero nunca doy el primer paso. Simplemente los miro, y ellos hacen lo mismo. Estamos sentados en unos bancos corridos a ambos lados del pasillo. Hay entre fila y fila de bancos unas mesas estrechas, sobre las que, de tanto en tanto, inútil saber cuándo pues no tengo reloj y no voy a cometer la estupidez de preguntar la hora, el tiempo es un fluir pastoso en este lugar en el que estamos encerrados, supongo que ellos se guían por algún tipo de señal interna, por algún tipo de imperceptible fluctuación en las mortecinas luces eléctricas, alguien saca una cesta y toma su comida sin compartirla con nadie, todo lo más con su compañero de asiento, ese que venía con él pero con el que tampoco se cruza palabra. No sé, es así como me siento.

Están esas personas ahí sentadas y yo en mi asiento, y en lugar de abrir la boca me dedico a seguir con mis diálogos internos. Hay dos o tres caras que me provocan curiosidad: querría ir hasta ellas y trabar algún tipo de contacto. Pero estamos mal sentados, no puedo pasar por encima de este tipo gordo que dormita a mi lado, no puedo, hay algo que me impide pasar por encima de él, cruzar el pasillo y detenerme junto a esa otra persona al otro lado de la estancia, quedame allí de pie y a la vista de todos hacerle cualquier tipo de pregunta. Sé que contestaría, sé que acaso la estaría esperando, sé que si preguntase por ejemplo por el lugar de donde viene habría algo en su mirada que me hablaría de paisajes nevados o de praderas amarillas antes siquiera de abrir la boca, y tal vez la mujer que se apoya contra la columna tres filas más allá volviese la cabeza para hablar de un pozo o un perro o un muro que ya nadie recuerda, cosas así. Pero hay algo que nos impide acercarnos, y no es el acto en sí, pues en realidad poco me importaría molestar al tipo gordo de mi izquierda, patearle la cara pretextando lo insoportable de sus ronquidos, no es la incomodidad de romper el silencio que todos obedecemos, es otra cosa. De algún modo, aunque el hombre de la otra esquina y la mujer sobre la columna y yo queramos comunicarnos, sepamos desde que abrimos los ojos y nos descubrimos aquí sentados que hay algo que nos dice que tenemos algo que decirnos, que algo nos mueve a acercarnos, hay de otro lado una otra fuerza que nos obliga a seguir sentados, a permanecer en silencio. Es algo así como un cansancio previo ante toda palabra, tengo la sensación de que por muy largo que sea el viaje, por muy agradable que resultase reunirnos en una esquina del gran camarote, aunque consiguiésemos congregar allí a todos los que quieren compartir su comida y dejar de estar aislados, más allá de la efímera victoria de haber conseguido deshacer la injusta disposición de los asientos, finalmente el barco llegará a puerto, lo hará cuando menos se lo espere, saldremos a la gélida cubierta portando nuestros bultos y nos perderemos en la noche, como si no nos hubiésemos visto, nunca.

Escrito por calamar a las 3 de Marzo 2005 a las 10:06 PM