6 de Febrero 2005

he vuelto a las andadas...

Despertar. Resetearse. Comprobar con extrañeza que es otro día, que está nublado...
Lavarse las legañas, lavarse el extraño recuerdo de la vida al otro lado. El papa dando misa en el pueblo donde nací. Esperar a la salida de la misa-feria, caminar por un camino de tierra, por la parte trasera de los edificios. Las gallinas, el arroyo.
Y, de repente, dar un salto. Caminar brevemente por el tronco vertical de un árbol. Atreverse a levantarse de nuevo del suelo, girar sobre mí mismo... y comprobar con estupor, con extasiada incredulidad que sólo muy lentamente va dejando paso al miedo, que el suelo está allí abajo, alejándose cada vez un poco más. Recordar aquel sentirse suspendido, viendo pasar las nubes, contemplando un horizonte cada vez más amplio y lo asfixiante del hormiguero que entendíamos como mundo... Temer, pero con un temor calmo, casi divertido, que de un momento a otro, esta situación se romperá, darse cuenta de que nada me sostiene, que la gravedad volverá a reclamarme con toda su fuerza, y entonces...
Entonces nada. Ponerse la bata, mirar al cielo ahora desde abajo, comer algo. Reengancharse en la lógica implacable de lo cotidiano. Algo me llama, me distrae, me succiona, y me pierdo por un rato en el frío reflejo de tiempos pasados. La red me da miedo. Instantes congelados sobre los que no cae el polvo. Un año de un vistazo. Compruebo las fechas y me niego a reconocer que por aquel entoces ocurría aquello, me resulta imposible concebir que aquello fuera pensado o sentido. Que sea cierto el recuerdo de haber sentido que nada semejante pudiera volver a pasarnos, que habíamos aprendido la lección. Que el porvenir estuviera abierto, que algo que sólo comenzaba a ocurrir fuera a cerrarse inexorablemente, sin dejarnos más allá de ninguna parte. Que los nombres pudieran, si no ser olvidados, sí corroídos por el ácido universal.
Quisiera dialogar con aquellos seres, entre los que me cuento yo mismo. Pero no puedo. Los blogs son un invento del diablo: impiden que podamos realmente olvidar. Apenas permiten una sonrisa torcida. Son tan caducos como los medios que criticamos. Uno sigue apenas las últimas trivialidades, que son sin cesar devoradas y archivadas. El pretérito, pluscuamperfecto, apenas tiende a tener más interés anecdótico que un recorte de un periódico amarillento. Sí, hay otros trenes, hay otros viajeros con los que coincidimos en las estaciones. Pero me parece grotesco que uno pueda seguir comentando en una conversación truncada hace tantos meses. No cabe el diálogo con los que fuimos entonces, o con los que eran, pretendiendo (¿esperando? ¿temiendo?) que aún sigan siendo. Además de la flagrante violación de intimidad, arrojando violentamente trozos de pasado a la cara, cabe la posibilidad de que no puedan respondernos, o que si lo hacen, lo haga el otro desde su futuro, que a la vez será ya pasado desde donde nos encontremos... Suponiendo que todo, esto, usted, yo y los de más allá, sigan recordando. O sigan queriendo recordar.
Suponiendo que nuestras correspondientes realidades sean más reales que las que ensayamos en este mundo. Por no decir las que fingimos. Es delirante. Todo se precariza, todo se acelera, todo se desdibuja. Aunque también fascinante.
Apenas cabe el último instante, la última obsesión, el último desafío. Nada queda a lo que agarrarse.
Y sin embargo ahí están, esos fragmentos, tan lejanos, tan alejándose de este ahora mismo que con los instrumentos adecuados podríamos verlos tornarse al rojo.

los astros no están más lejos
que los hombres que trato...

Escrito por calamar a las 6 de Febrero 2005 a las 04:45 PM
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