29 de Mayo 2004

Y tú, ¿a quién perteneces?

“Pertenencia” es una palabra cuyo significado profundo hay que desenterrar. Si se mira la historia de esta palabra, se descubre que no existe en las lenguas clásicas.

Para expresar este concepto los griegos y los latinos recurrían a perífrasis. El griego dice, por ejemplo, “descender de, ser hijo de”, y el latín utiliza expresiones como alicuius esse, es aquella que la hace derivar de una forma tardolatina, appertinçre, “concernir, tener que ver”, compuesta de ad y de pertinçre, que se modifica hasta llegar a appartinçre por influencia del sustantivo pars, que en latín no quiere decir sólo “parte”, sino también “participación”. Dos aspectos que han permanecido presentes y vivos en la palabra. Hoy, si consultamos un diccionario, pertenencia tiene sustancialmente cuatro significados: “ser propiedad de”, “formar parte de”, “retornar a” y “tener que ver con”».

Escrito por calamar a las 12:12 AM | Comentarios (1)

28 de Mayo 2004

Homesickness...

homesickness.jpeg

¿Qué se puede hacer cuando uno siente que ya no pertenece?...


Tratar de convencerse de que es sólo una sensación. Pasajera. Reubicar la realidad, sentirse dentro de la capa viscosa que cubre nuestros días, nuestras relaciones, nuestros alimentos, la ropa que llevamos y el tabaco que se consume. La Gran Pátina de la rutina, la que enfría los rostros, la que banaliza el tiempo demasiado usado. Dejarse de reflexiones, actuar. Meterse en el momento, combatir al chronos con el kairós, escribir una carta a una persona lejana o cercana, no escribirla, pensarla apenas, tan sólo para tirar del hilo que nos lleva hasta el centro del laberinto. ¿Y si Ariadna desconociera lo esperado de su mirada?... Tan siquiera descentrar el punto de referencia. Encarar al escurridizo, al innombrable, al silencioso, al que nos deja sin nosotros mismos, agarrarlo por las solapas. Aquí y ahora.

Porque no quiero que vuelva a ocurrir. Esta vez no.
No todavía.

Escrito por calamar a las 11:59 PM | Comentarios (3)

When I said "we" you know I meant "me"

goldenage.jpg
All the timing that is sorrow of all the faces I've acquired
We secure the shadow here, the sun fills face

You drained my heart, and made a spade
There's still traces of me in your veins
You drained my heart, and made a spade
There's still traces of me in your veins

Escrito por calamar a las 11:48 PM | Comentarios (0)

27 de Mayo 2004

Otra forma de llamarlo...

Fracasado.
Y autocomplaciente.

Escrito por calamar a las 12:25 AM | Comentarios (0)

quemen sus titulos

Allá en la superficie están de exámenes. Para algunos el principio del fin, el fin del principio para otros. Después de esto los sujetos estudiados por el calamar gigante obtendrán un título firmado por el rey. Dejarán de vivir en el nido familiar, volarán libres hacia los cielos del libre mercado. Esta es la época de cosechar lo que se ha venido sembrado durante el curso, época de gratificaciones para las hormigas laboriosas o más frecuentemente, de remordimientos para las cigarras. El tiempo: maltratador y maltratado. Siempre faltan dos horas, dos días, que se nos plegaban incómodos hace unos meses, sobrándonos por todas partes. En lontananza los planes de verano, el premio o el refugio o el horno inaguantable. To finish or nor to finish, that's the fucking question... Orla, diploma de promoción, compañeros viajando al caribe y festejando en barcos tras cenas de postín. Qué festín. Si tu no to finish, algo te pesa. Un año de retraso, un lastre nunca conocido. Exigencia, eficacia, eficiencia. Y si por lo menos hubieras dedicado el año en algo... ¿Pero qué hiciste? Nunca tenías tiempo. Ni una cosa ni la otra. Empantanado, encerrado en ti mismo, acusa el calamar. Leer, escribir... y ni siquiera con constancia. Zombie disperso, te crees mucho mejor que los zombies televisivos (aunque hay quien dice que te duermes con crónicas de vez en cuando, que seguiste algún reality)...
Y zombies abundan estos días. Ebullición, plazos, entregas, exámenes. Prácticas, seminarios, trabajos, final. Dormir lo necesario, control rígido sobre cada minuto. No permitirse un segundo de relax. Atento, atento, embuta vd sus conocimientos que antes se negó a dosificar...
Todo para volver a empezar al cabo de unos meses. Todo para olvidarlo antes de darse cuenta. Todo para aprender a quemarse con resignación, para agachar la cabeza.
Y si por lo menos te gusta... Recién me di cuenta el drama de los profesores. Media vida aprendiendo gilipolleces que nunca han visto para, sin poder digerir un ápice, ponerte a vomitárselas a las pequeñas bestezuelas que se rien en tu cara.
Todo es ilusión.
Hay que detener el mundo.

Escrito por calamar a las 12:24 AM | Comentarios (0)

22 de Mayo 2004

paradojas de la libertad

"¿Quién se contentaría con un amor que se diera como pura fidelidad a la fe jurada? ¿Quién aceptaría oir que le dicen: "Te amo porque me he comprometido libremente a amarte y no quiero desdecirme; te amo por fidelidad a mí mismo"? Así, el amante pide el juramento y el juramento lo irrita. Quiere ser amado por una libertad y reclama que esta libertad, como libertad, no sea ya libre. Quiere a la vez que la libertad del Otro se determine a sí misma a convertirse en amor -y ello no sólo al comienzo de la aventura, sino a cada instante- ,y, a la vez, que esa libertad sea cautivada por ella misma, se revierta sobre ella misma, como en la locura, como en los sueños, para querer su propio cautiverio. Y este cautiverio ha de ser entrega libre y encadenada a la vez entre nuestras manos. En el amor, no deseamos en el prójimo ni el determinismo pasional ni una libertad fuera de alcance, sino una libertad que juegue al determinismo pasional y quede presa de su juego."

Jean Paul Sartre, El Ser y la Nada. La Primera Actitud Hacia el Prójimo: El Amor, el Lenguaje, el Masoquismo.

Escrito por calamar a las 7:52 PM | Comentarios (2)

19 de Mayo 2004

ajedrez infinito

Alice.gif
[RAYUELA: 154]

Se trataba de encontrar un lenguaje que no fuera literario.

...partiendo un poco de las ideas centrales de un Ezra Pound, pero sin la pedantería y la confusión entre símbolos periféricos y significaciones primordiales.

Treinta y ocho dos. Treinta y siete cinco. Treinta y ocho tres. Radiografía (signo incomprensible).

...saber que unos pocos podían acercarse a esas tentativas sin creerlas un nuevo juego literario. Benissimo. Lo malo era que todavía faltaba tanto y se iba a morir sin terminar el juego.
-Jugada veinticinco, las negras abandonan - dijo Morelli, echando la cabeza hacia atrás. De golpe parecía mucho más viejo-. Lástima,la partida se estaba poniendo interesante. ¿Es cierto que hay un ajedrez indio con sesenta piezas de cada lado?
-Es postulable -dijo Oliveira-. La partida infinita.
-Gana el que conquista el centro. Desde ahí se dominan todas las posibilidades, y no tiene sentido que el adversario se empeñe en seguir jugando. Pero el centro podría estar en una casilla lateral, o fuera del tablero.
-O en un bolsillo del chaleco.
-Figuras -dijo Morelli-. Tan difícil escapar de ellas, con lo hermosas que son. Mujeres mentales, verdad. Me hubiera gustado entender mejor a Mallarmé, su sentido de la ausencia y del silencio era mucho más que un recurso extremo, un impasse metafísico. Un día, en Jerez de la Frontera, oí un cañonazo a veinte metros y descubrí otro sentido del silencio. Y esos perros que oyen el silbato inaudible para nosotros... Usted es pintor, creo.

Las manos andaban por su lado, recogiendo, uno a uno los cuadernillos, alisando algunas hojas arrugadas. De cuando en cuando, sin dejar de hablar, Morelli echaba una ojeada a una de las páginas y la intercalaba en los cuadernillos sujetos con clips. Una o dos veces sacó un lápiz del bolsillo del piyama y numeró una hoja.

-Usted escribe, supongo.
-No -dijo Oliveira-. Qué voy a escribir, para eso hay que tener alguna certidumbre de haber vivido.
-La existencia precede a la esencia -dijo Morelli sonriendo.
-Si quiere. No es exactamente así, en mi caso.
-Usted se está cansando -dijo Etienne-. Vámonos, Horacio, si te largás a hablar... Lo conozco, señor, es terrible.
Morelli seguía sonriendo, y juntaba las páginas, las miraba, parecía identificarlas y compararlas. Resbaló un poco, buscando mejor apoyo para la cabeza. Oliveira se levantó.

Escrito por calamar a las 10:23 PM | Comentarios (0)

GRIETAS

La verdad es que grietas no faltan...

Escrito por calamar a las 1:49 AM | Comentarios (0)

Máscaras incorregibles

No dejan de resultarme divertidas las andanzas de cierto personaje amigo mio, a quien tengo en gran estima, y que releo en el post anterior (posterior, acaso, para usted). Pues el propio texto, que en su parte central (como si de una charada, de un damero se tratase) esconde la que podria ser su clave... ¡contiene una terrible ambigüedad!... Consulté a mi amigo si había diseñado aposta esa suerte de trampilla de escape para que el texto no dijese lo que parecía que quería decir... y me contesta que en absoluto, que el doble sentido es completamente casual!...


Le gasté alguna broma sobre sus mecanismos de escape inconscientes. Sobre lo recherché de su prosa, de su vida. Nada que él no sepa. Pero en cierto modo no le creo. Sus dedos tal vez comiencen a ser más rápidos, en ocasiones, que su vista. También la piel, la yema, el papel, piensan. A su manera.

Escrito por calamar a las 1:03 AM | Comentarios (0)

18 de Mayo 2004

Tarde de domingo...

Personaje peculiar. Personaje habitual. Personaje que se harta de tratar de distinguir a cual de las categorías debe asignarse, todavía no del todo desprendido de la manía de definirse, con tendencia estetico-obsesiva y no desprovista de cierta pedantería hacia el uso abusivo de las paradojas y la retórica pseudointelectual, acaso tomando los fuegos de artificio como medio para disfrazar su vacío vital. Delirios autotrascendentes. Excesiva autocrítica, descreimiento. Personaje cebolla, de la variedad creyente en el núcleo interno y poseedora de abundante indumentaria en el armario, amante de carnavales y mascaradas.

Personaje anteriormente citado a punto de desesperar a base de no hacer nada. Ni siquiera aprovecha los fines de semana. Personaje que termina de comer temprano un domingo y se debate entre seguir entre cuatro paredes y dar una vuelta para aprovechar la tarde radiante (y, por qué no decirlo, para verla, porque la extraña, porque aunque jamás alcanzaría el estado de dependencia que profesan los demás (!) se siente bien al tenerla cerca, al mirarla, al tocarla, al...). Personaje dicho sea de paso completo inútil para hablar de las cosas más sencillas. Siempre acaba turbioabstractizándolo todo. Personaje y persona al otro lado del teléfono (también en cierta manera personaje, pero más persona que el primero) acaban tomando unas coronitas con limón entre los mosquitos y los acordes de conservados en alcohol...

Personaje comienza a divagar de manera absoluta. Y bastante deficiente. Le cuesta expresarse. Roza los conceptos, los prende y los lleva con alfileres. Ramifica la conversación por espacios redundantes, de modo que la visión, el dilema, la pregunta, el escenario, dejan de tener la autenticidad de cuando se descubre el asunto por uno mismo. Sus palabras suenan a discurso repetido. Incluso para él mismo. Tal vez sea la ausencia de hashis. No obstante, ella ramifica también su conversación, entretejiéndose. Es una tarde agradable. Sus respuestas, sencillas, vuelan en el aire y se rien en cierto modo de los castillos de naipes, que comienzan a caer sobre la mesa. No hay dentro o fuera, sino cerca y lejos. No es el sistema, es la vida de cada día. Terrible. Deliciosa. Por eso la quiere.

El tiempo, como siempre, acaba por cercarlos, por cerrar el paréntesis. O abrirlo hasta la proxima vez, según se mire. Pero el tiempo no es el único responsable de la sensación que se queda mientras anochece, volviendo a casa. Al personaje se le llena la boca con teorías y ficciones. Con observaciones mordaces, con juicios por encima del bien y del mal. Pero jamás baja a la tierra. Nunca mira a los ojos para expresar un senitimiento: cuando tiene que hacerlo, mira al vacío. Y esto es solo de tarde en tarde. No sabe, no se atreve, no encuentra nunca el momento. Es general en este tipo de personajes suelen andar siempre dándole vueltas a la cabeza, interpretando cada palabra, cada acto o cada omisión, sopesándolo todo en distintas balanzas. Analizan la relidad, disecan un gesto, un tono de voz. Comparan registros, unen puntos, grafican tendencias. Extraen conclusiones y vuelven a comenzar, disfrutando secretamente del abanico de situaciones en que podía encontrarse el otro cuando lo tuvo enfrente. En función de cualquier capricho, del ánimo particular a que se preste el día o del mero azar, toda disección acaba por entrar en resonancia positiva o negativa, por coincidir jubilosa u oponerse oscura a los propios deseos y esperanzas, pese a no desconocer como cualquiera lo pernicioso de situarse a la espera de lo contrario de lo que se desea, costumbre que se inicia probablemente al forzar con la lengua la dolorosa caída de los primeros dientes.

Bien pudieran concluir, entre otras tantas cosas, que el otro es injusto, que una relación determinada es asimétrica, siempre en perjuicio de uno mismo. La base de esta convicción tal vez se encuentre en el rebuscado concepto del mercadeo de intimidades, definiendo las capas más internas de la cebolla en función de la audiencia de cada una de las expresiones. Partiendo de la base (muy aventurada) y de tinte romántico de que los enunciados proferidos en circunstancias de menos audiencia (o privilegiadas, por tanto), los estadios más cercanos a lo inconfesable (ante nadie, aunque cabría preguntarse si ni siquiera ante "uno" mismo...) equivalen a verdades más auténticas que las enunciaciones públicas y cotidianas. Desde esta óptica, que algunos tachan de patológica, y otros de completamente sincera, la expresión de los sentimientos más profundos es algo reservado sólo a los que consiguen figurar en el rango más central del laberinto...

Siempre hay, por tanto, un otro a quien culpar. Según los esquemas expuestos del enmascarado personaje, pautas siempre subconscientes, pues no llega a tanto el cinismo, uno prodiga confianza mutua y sinceridad absoluta, percibiendo un cierto hermetismo de vuelta... Ciertamente, a pesar de todo su esnobismo, nuestro caro personaje es un ser etiquetado.

No percibe, por supuesto, que incluso se dice con lo que no se dice. Que hablar en cierto modo es silenciar el silencio. No saber escucharlo. Y él, prodigio de locuacidad...¿Cómo va a descender a lo concreto? ¿Al presente? ¿Cómo va él a mancharse con las palabras por todo el mundo y durante tanto tiempo holladas? ¡Ni hablar! ¡Él es... original! Ante todo, originalidad. Aunque el mero intento sea lo menos original del universo. Las palabras están vacías, nos dirá. No significan nada. Mis emociones son únicas, irrepetibles... cómo meterlas en moldes que valen para todos. ¿Cómo expresar algo tan delicado con algo... que no sabemos lo que significa?. Qué dislate...

Y así es como se escabulle. Así es como se justifica a sí mismo... (Así y convencido de que decir ciertas palabras malditas arruinarán su imagen para siempre, harán que quien tenga enfrente o quien pase alrededor no pueda parar de reírse...). A pesar de que, volviendo a casa, el personaje se promete que la próxima vez buscará un hueco en sus divagaciones para descender a la tierra. Para decir lo que le venga en gana. Para dejar aflorar no lo más profundo, que no existe, pero sí lo que se filtre por las grietas de los diferentes estratos de la existencia. Que no pueden estar incomunicados. Que afloren hasta que, como cuando se rompe un dique, se inunden unos a otros, mutuamente.

No es cuestión de pronunciar una palabra maldita, que sonaría falsa, que sonaría fuera de lugar. Sólo dejar de ser un personaje. Que no expresa lo que siente.

Escrito por calamar a las 10:49 PM | Comentarios (0)

Entropy warriors

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La entropía me rodea por todos lados. Intento luchar contra el orden, y contra el desorden. Vivir en la frontera. Los discos se acumulan, los montones de papeles crecen. Entro en letargo. Intento escribir pero me rompo de bruces contra la hoja en blanco. No hay nada. Un remanso. Intento comunicarme con personas distantes, pero no se que decirles. Intento agradar a las personas cercanas, pero las contamino de mi desidia. Miro la mesa y parece imposible mantener los miles de papeles, de recortes, de tazas vacías a raya. A veces se rompe el ciclo y comienza (aunque nunca se sabe si por mucho tiempo, nunca se sabe si a costa de una mayor recaída) una temporada de actividad frenética. Limpiar el polvo, delimitar rincones donde poder sembrar cierto orden. Imponerse cierta disciplina. Se siente uno bien al despertar de la hibernación. El tiempo fluye con otro sabor...

¿Se gana algo en todo esto?... Vivir en la frontera. No caer en un agujero negro. Seguir en el hilo. Para qué. La batalla está perdida desde el principio... Estamos sometidos a leyes inmutables... (O no?)

Escrito por calamar a las 10:03 PM | Comentarios (1)

10 de Mayo 2004

LOS HABITANTES DEL HUECO


Y qué le vamos a hacer si nos encontramos con una de esas pequeñas catástrofes cotidianas, qué puedo decir si simplemente sucede y cualquier intento de evitarla o explicarla está de antemano condenado al fracaso.

Y más si el cataclismo se multiplica, se va infiltrando desapercibido por las rendijas de la realidad hasta empapar la esponja sudorosa que se derrama sobre todos nosotros cada día, segundo a segundo, interponiendo vaharadas sutiles entre los ojos y lo que queda delante, avanzando con su caricia hipnótica por entre los arriates llenos de árboles sin hojas, soplando como una brisa que nadie percibiera, una brisa gélida que sólo pudiera ser detectada por los gemidos de los perros o el bullicio intranquilo de los pájaros en sus jaulas, pasando entre los transeúntes que como mucho alcanzan a volver la cabeza con sobresalto, la mirada perdida hacia un punto en el vacío en el que nada sucede, de modo que el que mire seguiría caminando y al poco olvidaría ese gesto inútil, borraría de la memoria su reacción primitiva ante un nuevo tipo de perturbación atmosférica, ante el paso fugaz de una perturbación indetectable, no habría hecho más que disparar un gesto tan instintivo como el de respirar, provocado por el mero roce de los párpados con la punta helada de algo que llena el aire.

Recuerdo verte mirar así en alguna de esas noches sin luna que ya no volverán, a no ser que. La fisura. Todavía puede quedar una fisura.

La noche entera temblaba y tú sonreías con una sonrisa que podría ser tan triste como alegre, lo único que queda a flote mientras van desapareciendo los restos del naufragio. Aquella noche yo bromeaba con el hueco, que por entonces apenas era poco más que una palabra. Miraste furtivamente hacia un punto atrás y arriba de donde estabas sentada, a un punto perdido entre las sombras a tu espalda. Lo habías sentido. La conversación proseguía a dos o tres pasos, languideciendo bajo el frío que caía a ráfagas desde la última farola titubeante que recorta el espigón, amenazando con palidecer de forma definitiva. Pensaste que se trataba de otra historia absurda, incluso yo podía reirme creyendo que se trataba de eso, pero pronto vimos que todo al que preguntásemos había experimentado alguna vez la sensación, aunque pocos se atrevían a tratar de explicarla, y muchos rechazaban que tuviese más interés que notar que se nos ha dormido un pie o un brazo.

Un poco sin darnos cuenta, acabamos volviendo allí varias veces, y sin hablar mucho llegamos a la conclusión de que el hueco existía realmente. Era algo que llegaba sin previo aviso, pero que se podía aprender a dominar con un poco de práctica. Sentados en aquellos escalones resultaba especialmente fácil, apoyando la espalda en la barandilla oxidada que daba al mar. Bastaba con fijar la vista en algún punto del acantilado que se recorta contra el horizonte, le tomamos especial cariño a las ruinas de una torre que coronaban uno de los farallones más alejados. No siempre lo conseguíamos, pero llegamos a dominar la técnica, al principio sólo durante algunos segundos. Aquel era un lugar especialmente propicio.

No existen palabras para describirlo. El salto al hueco es una maniobra peligrosa, por cuanto tiene de suspensión y de desplazamiento sin aterrizaje previsible. A todos nos sucede en alguna ocasión, especialmente durante una situación de tensión extrema, o una discusión que se aboca a no tener más que una salida: por un instante, nos vemos desde fuera, en ángulo oblicuo, un poco desde arriba. Nos observamos agitar los brazos y mover los labios, y lo que es más, incluso puede que continuemos allí abajo en la situación inmediatamente anterior, podemos seguir hablando y reaccionar ante los que nos rodean, de modo que nadie se podrá apercibir de que en realidad estamos observando el conjunto desde un punto suspendido sobre nuestras cabezas, sin poder hacer nada para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Ese hecho constituye un ejemplo de salto espontáneo al hueco, y a base de concentración, se puede permanecer allí tanto tiempo como se quiera.

Para saltar al hueco se necesita una especie de abrefácil metafísico, como los que traían las latas de sardinas. Nunca llevábamos uno encima, pero llegó un momento en que con sólo mirarnos sabíamos si podríamos o no saltar. El abrefácil es sólo una manera de llamarlo, porque se usa como un abrefácil: llega un momento en que se puede enroscar una de las esquinas del decorado hasta abrir un hueco improvisado al que poder saltar. Cada uno de nosotros intentó instruir a otros en aquel arte recién descubierta, pero nuestros intentos no prosperaron. Seguíamos encontrándonos de tarde en tarde, el escenario que siempre se abría era la torre sobre el acantilado, preferentemente en noches sin luna en las que el horizonte se confunde en una sóla banda oscura que funde al cielo con el mar, aunque con el tiempo conseguimos abrir huecos por casi todas partes, especialmente a la altura de las cornisas de los edificios de cualquier ciudad solitaria a altas horas de la madrugada.

Una vez allí se puede volver a bajar sin más vicisitudes. Otra opción es no quedarse agazapado en la abertura, sino gatear por el espacio que se abre al otro lado. Cuando uno aprende a moverse de forma estable por allí arriba, puede abrir orificios por los que descender a otra vertiente del escenario. Nos costó bastante asimilar esto, -y ahora no sé si hubiera preferido no hacerlo, no proseguir este tipo de exploraciones ni dedicarme a observar los signos que anticipasen un momento o lugar apto para el salto: tú te has salvado, pero yo no sé cómo volver- pero las posibilidades que ofrece y la propia sensación compensan con creces todo el tiempo que hemos pasado intentando mejorar el procedimiento.

Es fundamental reconocer minuciosamente hasta el último rincón del escenario elegido, a fin de no desorientarnos en cualquier giro por extravagante que sea. A este propósito surte efecto entrenarse por el procedimiento de observarlo todo con la cabeza al revés, hasta llegar a invertir el sentido de lo que está arriba y lo que está abajo. La observación atenta y detallada de cualquier acontecimiento, por nimio que en principio pueda parecernos, nos revelará pequeñas sucesiones de hechos extraordinarios, -dos insectos volando en direcciones diametralemente opuestas, un número que aparece recurrentemente, la cantidad de azúcar que se derrama fuera de la taza, tres piedras que forman un triángulo perfecto- que pueden llegar a desatar una catástrofe de las proporciones justas para ocasionar un salto sostenido al hueco.

Y todo es distinto al aterrizar en la otra vertiente. La mayor parte de los objetos inanimados continúan en la misma ubicación, o mantienen igual rumbo y velocidad que tenían antes del salto, si ya estaban en movimiento. Pero el que aterriza es otro radicalmente distinto –cada hueco abre a su vez tres, nueve, veintisite, n huecos cuasi-diferentes. Al aterrizar convenientemente, un saltador avezado puede saber en qué situación decide aterrizar. Asumiendo que el hecho real no existe, y partiendo de tantas interpretaciones de un momento determinado como consciencias presentes, las combinaciones son infinitas, si bien nosotros explorábamos los huecos en solitario las más de las veces, allí reclinados contra la barandilla del espigón, que había quedado definitivamente a oscuras, y en ocasiones concidíamos en alguno particular, saltando con frecuencia al mismo tiempo y hacia el mismo escenario. Nos divertía algo que los demás no podían comprender: llegar de otro sitio por una abertura secreta y reir si teníamos que estar serios, apaciguarnos cuando los ánimos andaban encrespados, o gritar cuando los demás guardaban silencio. Las situaciones podían reconducirse hacia territorios insospechados si uno no estaba absorbido por la representación de marionetas en la que todos los demás se empeñaban en enfrascarse desde hacía un buen rato, y que nosotros habíamos dejado correr antes del salto, prosiguiendo en alguna otra parte con nosotros pero sin nosotros.

A mí me gustaba saltar al hueco, pero tú cada vez aparecías con menos frecuencia por el espigón, hasta que como tenía que ocurrir poco a poco te fui perdiendo de vista. Creo que andabas por allí, tal vez empezabas a considerarlo un pasatiempo estúpido, pero lo cierto es que andabas por allí cuando entré en la torre. Tú te quedaste en los alrededores, yo me obstiné en ascender por los escalones que todavía se mantenían en pie, salvando como podía las aberturas que el tiempo había ido abriendo a través de los sucesivos pisos. Llegado un momento creo que te despediste, lo supongo, más bien que recordarlo. Yo llegué a la parte de arriba y permanecí un buen rato allí sentado, contemplando cómo te alejabas junto al mar, y reconociendo los rincones llenos de líquenes y de olor a sal del hueco que a partir de aquel momento se convertiría en mi salto más frecuente.

Volví a verte, de lejos y ausente. Nos cruzamos varias veces, pero siempre en los espacios que habitan los demás. Si nos dirigíamos la palabra, lo hacíamos como desconocidos que se miran casi sin verse más allá de lo necesario para saber hacia dónde deben dirigir el saludo. Yo me refugiaba en un piso lleno de gatos y de gente siempre de paso –siempre era otra gente, gente que se iba y llegaba a mi alrededor-, que ocupaban el espacio por el que yo miraba desesperado a los rincones, intentando encontrar un modo de escapar a otra parte.

Conseguí, a pesar de todo, seguir saltando. Nadie entendía mis explicaciones, así que dejé de darlas. Intentaba pasar desapercibido, aunque figuro que alguien debió de extrañarse de mi estado, de mis movimientos de autómata. Volví a la torre, y con cierta frecuencia pasaba allí las noches. Hasta que sucedió lo que llevaba temiendo cada vez que me preparaba para un salto. Hacía una noche fría en lo más alto de la torre, y ni los muros me salvaban de la brisa helada que arremetía casi con ferocidad. Dormí intranquilo, y desperté varias veces acuciado por el hambre. Llegado cierto momento me sobresaltó no descubrir el resplandor de la ciudad antes tan próxima sobre la loma de la izquierda. Seguí durmiendo un sueño lleno de sobresaltos, de imágenes de naufragios y tentáculos oscuros y gelatinosos como la noche que sin yo saberlo comenzaba a encerrarme.

Desperté, extrañado de mis propios brazos recostados en la roca. Una vaga claridad me confundía, como presagiando un amanecer que no llega nunca. Había perdido la noción del tiempo. Intenté caminar, para entrar en calor, pero lo que vi al ponerme en pie no me permitió moverme más allá, de modo que permanezco, contra el muro, abrazado a mis rodillas y sin querer pensar en nada, como si pudiera convertirme en el rumor del oleaje que llega hasta aquí como amortiguado por la bruma fría y pesada.

Había sucedido, y precisamente cuando no tengo manera de dar contigo. El piso de la torre no tiene ninguna abertura. Es como si alguien lo hubiese tapiado mientras dormía. No hay ninguna marca. Es difícil de asegurar, porque debería haber amanecido hace mucho tiempo, pero allí abajo hay un cuerpo recostado contra la barandilla del espigón. Supongo que debí haberlo imaginado, como debí haber sabido – y lo sé, pero mi mente se niega a aceptarlo- que no hoy no amanecerá, que tengo que seguir habitando aquí hasta que tú o alguien –pero me figuro que serás tú, tienes que serlo, no puedes estar subiendo a un tren que deja atrás la ciudad de las marionetas con el espigón al fondo y la torre recortada- encuentre alguna vez este preciso hueco y se asome por alguna de las aberturas de una torre que la oscuridad no abandona.

Escrito por calamar a las 12:54 AM | Comentarios (0)

5 de Mayo 2004

¿me podria envolver mi tiempo con papel de regalo?

¿Qué pasó con mis dias?
Se fueron, o casi...
Tengo que recapitular. ¿Que me ha pasado todo este tiempo?
¿Estuve durmiendo? ¿Era yo? ¿Soy yo ahora acaso?...

De nuevo los examenes. En el horizonte el verano (alla, en la superficie).
Y un pueblo desabandonado...

Escrito por calamar a las 1:55 AM | Comentarios (1)