Me suele pasar con cierta frecuencia ir buscando un libro (una forma refinada de consumismo compulsivo, me convenzo de que realmente necesito devorar un ladrillo concreto de hojas de las que no sé nada, hipnotizado por su anuncio o por cierta clase de vació interior apolillado) y finalmente acabo comprando otro. Por razones económicas o simplemente porque me lo tropiezo, recuerdo que anduve buscándolo hasta cansarme, y ahora me llama a distancia de varios metros destacándose ufano sobre el fondo monótono del resto de estanterías.
Así pues me hize con último round después de ciertas gestiones en el centro. Camino al autobús no pude evitar el cosquilleo, el resucitar a un muerto querido otra vez, el recuperar un lenguaje cifrado, los guiños privados enmarañados entre algo verdaderamente nuevo, una voz a la que se habia tomado cariño pero que ya pocas veces nos sorprendía. Hojeaba la nerviosa jungla desconocida, y aunque esperaba bastante de ella, hubo algo que me golpeó (al tercer o cuarto intento). Un escalofrío me recorrió la espalda, y no pude menos que pensar: qué hijodeputa, julio, qué hijodeputa...
El señor Silicoso está completamente loco si se imagina que voy a darle una hormiga. Por el momento no pide más que una, creyendo que va a convencerme con su modestia, pero al principio (el 22de noviembre por la tarde) pedía mucho más, quería cantidad de hormigueros, legiones de hormigas, prácticamente todas las hormigas. Está loco. No solamente no voy a darle la hormiga sino que tengo la intención de pasearme por delante de su casa llevándola conmigo para hacerlo rabiar. Procederé de la manera siguiente: Primero me pondré mi corbata amarilla, y después de haber elegido la más esbelta y vivaz de mis hormigas, la soltaré para que se pasee por la corbata. Habrá así un doble paseo, en el que yo iré y vendré frente a a la casa del señor Silicoso y mi hormiga irá y vendrá por mi corbata. ¿He dicho un doble paseo? Más bien una apertura infinita de paseos en espiral, pues si bien la hormiga se pasea por mi corbata, mi corbata se pasea conmigo, la tierra me pasea en torno de la eclíptica, ésta se pasea a lo largo de la galaxia, que se pasea en torno de la estrella Beta del Centauro, y en ese mismo momento el señor Silicoso, que cree estar inmóvil, se asomará al balcón a tiempo para ver a mi hormiga perfectamente dibujada con todas sus patas y sus antenas sobre mi corbata amarilla que le parecerá, pobre hombre, una espada flamígera. Entonces empezará a soltar por boca y nariz una baba semejante al macramé, y su esposa e hijas acudirán para hacerle respirar sales y tenderlo en el canapé del salón. Salón que conozco demasiado bien, después de tantas veladas que he pasado bebiendo té casi frío junto a esa familia ávida de insectos.
Estupor. Estupor. Estupor.
claro que él mismo se encarga de aclararlo (o no, según se mire) un poco más adelante, o atrás, hablando del asunto de la muñeca rota:
...en los años de Rayuela la saturación llegó a tal punto que lo único honrado era aceptar sin discusión esa lluvia de meteoritos que entraban por ventanas de calles, libros, diálogos, azares cotidianos, y convertirlos en pasajes, fragmentos, capítulos prescindibles o imprescindibles de ese otro que nacía alrededor de una oscura historia de desencuentros y de búsquedas.
creo que empiezo a comprender... aceptar sin discusión... sólo mirar dónde va el próximo pie...
Escrito por calamar a las 4 de Abril 2005 a las 10:02 PM