...pero claro que aunque nos falte otra cosa, siempre nos queda el viaje, y la inevitable ausencia. Es inútil lanzar imprecaciones contra los hados de las fechas o las ausencias monetarias; vengo observando de un tiempo a esta parte, y no de forma indolora, que los viajes en compañía de una ausencia resultan más difíciles de olvidar que los viajes con una no por cercana menos ausente presencia: uno se enreda, poco a poco y sin saberlo, en las redes del azar y nos es dado entonces el dejarse llevar como un río cuya corriente pudiera ser controlada, siquiera por cierto vago signo de anticipación de que nos dotan las brújulas, y los mapas; y ya es algo anteponerse a los recodos del río que nos lleva, a los rápidos, los ensanches, o las aguas enfangadas. Precisamente ahora fluyen las aguas, y aunque puede que turbias, ya es algo el hecho de que fluyan. Viajes de rumbos difuminados que, por imaginados, no pueden otra cosa que posponerse indefinidamente, hasta la primavera, más propicia, a ser posible una primavera cargada de chaparrones que obliguen a buscar refugio, hasta descubrir inimaginables, oscuros rincones con olor a humo y a sopa que de otro modo habrían pasado desapercibidos; eso no sucederá, a no ser que, pero no es, el no ser, de modo que Lisboa sigue aguardando como animal en su madriguera a que llegue el deshielo, y no podría ser de otro modo, no podría ser otra ciudad, ésta ha sido ya señalada para desconocernos despreocupadamente, ésta y no otra, sutil capricho o acertada coincidencia; quedan otras muchas donde sería imposible efectuar tan sutil operación, o al menos no de esta manera; cada ciudad tiene su atmósfera, su ceño, su hálito, que condensado en su nombre gravita en cada esquina, inundándolo todo, ahogándonos casi; y en más de una de las que no son Lisboa sería inviable, no imposible, pero lo sospechamos, ser nosotros mismos y no el traje que solemos vestir nada más entrar. De modo que aguarda todavía el fantasma de Pessoa, su silencioso desasosiego, las estatuas y las palomas. Las calles empedradas de un lugar en el que no estuve. El recorrido real viene más o menos previsiblemente a desplazar ese otro itinerario, a condenar esas nostálgicas instantáneas, escenas inconexas que no tienen existencia más allá de las incursiones entredormidas. Y el recodo -que nos recuerda que no se puede cambiar todo- precisamente las rescata del limbo donde tendrían que ser arrojadas, las traslada a ese otro cielo de donde, cuando menos se lo espera, baja un día la conjunción propicia, y arrojándonosla a la cara, nos susurra: Lisboa. Lisboa.
A veces el mundo es como un plato lleno de piedrecitas de diferentes colores, o legumbres de distintas especies... pues bien, el plato se va moviendo, de forma irregular, unas veces se inclina hacia un lado, otras hacia otro, y las piedrecillas se agrupan, ocurre, que unas veces se juntan muchas del mismo color en un lado del plato, y si estás en ese lado, o miras hacia allá, te sorpenderá verlas agrupadas, porque parecerá algo predeterminado, esas son las casualidades. Hay muchas piedrecitas con el nombre de Lisboa escrito rodando a este lado del plato últimamente...
Escrito por LÜ a las 29 de Noviembre 2004 a las 02:38 PMO en su formulación termodinámica, se demuestra empíricamente la malevolencia del demonio de Maxwell, ultimísima formulación de las parcas que, desde los confines del átomo, sonríe al pensar en los choques brownianos que podrían producirse al girar una esquina, y que sin embargo...
Escrito por calamar a las 29 de Noviembre 2004 a las 03:11 PMla vida es determinista, tan determinista como la estadistica de un plato de lentejas pero para nosotros queda demasiado lejos... aunque siempre nos quedara el sueño de san nicolas...
Escrito por Nylson a las 1 de Diciembre 2004 a las 02:16 AM