...al complacer a K., ampliamente y por anticipado, en cosas nada esenciales -hasta ahora no se trataba de otras-, quitábanle las autoridades la posibilidad de triunfos pequeños y fáciles, y al quitarle dicha posibilidad le privaban también de la consiguiente satisfacción y asimismo de una bien fundamentada firmeza para afrontar otras luchas mayores, firmeza que de tal satisfacción resultaría. Por el contrario, dejaban a K. introducirse donde quisiera, cierto que sólo dentro de la aldea; y así le mimaban y lo debilitaban, y eliminaban, en general, toda lucha en este sentido, trasladándola, en cambio, a la vida extraoficial, absolutamente inabarcable, turbia y extraña. De esta suerte bien podía suceder que, si no permanecía siempre alerta, llevase un buen día -pese a toda esa amabilidad de las autoridades, pese al pleno cumplimiento de todas las obligaciones oficiales exageradamente fáciles, y engañado por el favor aparente que se le deparaba- su vida restante tan descuidadamente que ahí, en ese plano justamente, quedara derrotado; y entonces, la autoridad -siempre delicada y amable y como contrariamente a su propia voluntad, pero en nombre de algún orden público desconocido para él- no podría menos que intervenir a fin de eliminarle. ¿Y qué era, en realidad, esa vida restante? En ninguna parte antes, había visto K. tan entreverada la autoridad y la vida, tan trenzadas que a veces podía parecer que la autoridad y la vida hubiesen permutado sus sitios...
...No es usted del castillo, no es usted de la aldea, no es usted nada. Pero, por desgracia, es usted algo: un forastero, uno que resulta superfluo y está siempre ahí, molestando...
Kafka: El Castillo.
Escrito por calamar a las 28 de Noviembre 2004 a las 03:11 PM