el calamar te vigila

barrotes invisibles

Y cómo desprenderse de la estúpida manía de querer mirar más allá de los barrotes de la celda, por qué no limitarnos a disfrutar la estancia y saborear la comida. Cómo extirpar la acuciante y aeruginosa conciencia de que nos falta algo, de que el círculo permanece abierto, de que un poco más adelante, en un recodo del camino en el que estamos comenzando a dejar de creer, se halla la piecita del puzzle que completaba el hueco, el último y definitivo paso para la suprema satisfacción de ver anticipadamente cómo la imagen surgirá ante nosotros, ya recuperada la Fe, dejándonos libres para entonces y sólo entonces entregarnos a la sola contemplación de su belleza, libre de toda imperfección y fusionado el troquelaje incómodo de las piezas en una sola superficie inabarcable.

Y saber que no hay puzzle ni imagen alguna, que no hay rejas ni prisión más que en nosotros mismos, pero saberlo sólo con palabras, sabiendo que el hueco, la imcompletitud implantada es la cadena imaginaria que nos impide saltar, siervos sumisos, sintiendo de forma ciega y fatal que, a pesar de todo, sólo había que avanzar hasta el siguiente recodo del camino...