hay una sensación que viene asaltándome desde que era apenas una larva. Nunca he sabido qué era, ni cómo explicarla. Aunque antes de tener un orgasmo uno sólo podía pensar en cosquillas infinitas, para hacerse a la idea.
La sensación comienza a venir como una ligera intranquilidad, un algo que nos dice o nos avisa de que no todo está completo. Aunque existen grandes probabilidades de que hubiera comenzado a germinar mucho antes, sólo se deja intuir en forma de una pequeña disonancia, una pequeña línea de falla que pugna por avanzar. Y así poco a poco va ganando terreno sin que nos demos cuenta, y a no ser que uno encuentre una ocupación aún más absorbente, cualquier actividad con la que mantener a la cabeza alejada de la consciencia de la falla, la grieta se extiende hasta ocupar todo nuestro ser, avanza como un remolino, arrastrando cualquier pensamiento en su vorágine, haciendo que cada segundo de nuestra existencia se consagre íntegramente a la sensación. por llamarla de alguna manera.
Uno piensa distintas cosas sobre ella. Suele comenzar por manifestarse en la boca, aunque puede manifestarse en principio en cualquier extensión epidérmica. Uno piensa que tiene sed, pero descubre que no es sed de nada en concreto. Puede encontrar buenos sustitutos: la cerveza, el yogurt de limón para beber, el zumo de maracuyá o el batido de fresa muy frío pueden paliar la sensación durante un rato, o hacernos olvidarla. Pero finalmente el líquido pasa y la sensación vuelve a la carga, haciéndose aún más intensa, tal vez por seguir creciendo durante el lapso en que dejamos de percibirla.
Tampoco es hambre, demostrándose este hecho por un procedimiento similar. Guarda relación con esas veces que nos aburrimos, pero no porque no sepamos qué hacer, sino porque no tenemos ganas de hacer nada.
También existe la típica tendencia a confundirlo con el sueño, pero uno tampoco tiene ganas de dormir. Si lo intenta, sólo consigue dar vueltas y más vueltas en la cama. La piel comienza a quemar. La garganta arde. Hay muchos que fuman compulsivamente, confundiendo la sensación con el síndrome de abstinencia. Otras veces pudiera uno pensar que lo que aguardan los labios es el contacto con otros labios, besar o ser besados, dejarse acariciar, desear un contacto que fuera algo más que roce epidérmico, que alcanzase la doble conciencia cómplice de una caricia que se trasciende a sí misma. Tampoco es eso.
Afortunadamente el desasosigo, la sensación, termina por desvanecerse por sí sola, sin que seamos conscientes del momento preciso en que lo hace, de la misma manera que nunca podemos saber cuándo nos quedamos dormidos, del mismo modo en que sólo recordamos vagamente el dolor, la pena o la ira cuando despertamos completamente recuperados: sólo podemos agarrarnos al recuerdo confuso, a la palabra vacía que acuñamos para dotar de realidad y duración a ese instante terrible. En muy contadas ocasiones, los síntomas continúan creciendo hasta una opresión en el pecho insoportable, una presión horrible en las cuencas de los ojos, un aguijón terrible que succiona la propia consciencia de estar vivo. Pero esto sólo pasa en muy contadas ocasiones.
Lo peor es es una opinión extendida el que mejora bastante con una cocacola. No te devuelve la felicidad: pero es roja, tiene azúcar y está fresquita. Se siente uno hermanado con el género humano al comprender, después de todo su padecimiento, que centenares de personas en el mundo se alivian en el mismo instante con la medicina universal.
Escrito por calamar a las 12 de Junio 2004 a las 10:48 PMSi es por aliviar la angustia, amigo cefalópodo, me quedo con el café con leche del post anterior.
Es rico, es sano, y tiene gusto a infancia, aquella época en que la sed era sed y el sueño, nada mas que sueño
Sí...
(tengo que desprenderme de mi sarcasmo, ¿alguien lo quiere?)