12 de Junio 2004

de las cátedras de la virtud

En presencia de Zaratustra elogiaba a un sabio, destacado por su erudición al hablar del sueño y de la virtud, por lo que lo habían cubierto de honores y recompensas. Alrededor de la magistral cátedra de este sabio se agrupaba toda la juventud. Zaratustra se unió a los jóvenes y se sentó cerca del sitial del maes­tro.

Y éste habló así:

Lo primero de todo es honrar el sueño y respe­tarlo. Huir de cuantos duermen mal y se despiertan en la noche. Frente al sueño, hasta el ladrón siente vergüenza. En la noche se desliza con callados pasos. En cambio, el trasnochador es imprudente y hace sonar su cuerno con descaro.

Saber dormir no es poca cosa. Es preciso saber estar despierto todo el día para poder dormir bien. Diez veces debes vencerte a ti mismo en el transcurso del día; es la señal de un verdadero can­sancio y un opio para el alma. Diez veces debes reconciliarte contigo mismo, porque, si amargo es vencerse a uno mismo, el que no se reconcilia duerme mal. Diez verdades te es preciso hallar durante el día; pues si no lo haces buscarás verdades en la noche y tu alma permanecerá hambrienta. Diez veces te es preci­so reír y estar gozoso durante el día; de otra manera, serás turbado en la noche por tu estómago, padre de la angustia. Pocas gentes conocen esto: que es preciso poseer todas las virtudes para dormir bien.

¿Levanta­ría un falso testimonio? ¿Cometería un adulterio? ¿Codiciaría la sirviente de mi prójimo? Todo esto se conciliaría mal con un buen sueño. Además de pose­er todas las virtudes, es preciso tener presente esto: hay que enviar a dormir, en el momento oportuno, a las mismas virtudes. ¡No es necesario que riñan entre ellas las gentiles jovencitas! ¡Y sobre todo, por tu causa, desdichado! El buen sueño quiere paz con Dios y con el prójimo. Y, además, paz con el diablo del vecino. De otro modo te visitará de noche. ¡Honor y obediencia a la autoridad, incluso a la autoridad clau­dicante! Así lo impone el buen sueño. ¿Acaso es culpa mía que al poder el guste andar con piernas cojas? Quien lleva a pacer sus ovejas a la verde pra­dera, siempre será para mí el mejor pastor: así lo quie­re el buen sueño. No pretendo ni muchos honores ni grandes tesoros: esto provoca demasiada bilis. Pero se duerme mal sin una buena fama y un pequeño tesoro. Prefiero recibir a una sociedad reducida que a una sociedad perversa: con todo, es preciso que lleguen y se marchen en el momento oportuno: así lo exige el buen sueño. También me placen los pobres de espíri­tu: aceleran el sueño. Son dichosos, sobre todo cuan­do se les da siempre la razón. El día se desliza así para los virtuosos. Cuando llega la noche mucho me guardo de llamar al sueño. A él que es el señor de las vir­tudes no le gusta que lo llamen. Pero medito en lo que he dicho y he pensado durante el día. Mientras rumio mis pensamientos con la paciente mansedumbre de una vaca me pregunto a mi mismo: ¿cuáles fueron hoy tus diez victorias sobre ti mismo? ¿Y cuáles fue­ron las diez reconciliaciones y las diez verdades y las diez explosiones de risa con que se ha regalado tu corazón? Considerando esto, mecido por cuarenta pensamientos, repentinamente se apodera de mí el sueño, el sueño que yo no he llamado, el señor de las virtudes. El sueño me llama sobre los ojos y mis pár­pados me pesan. El sueño me toca la boca y mi boca queda abierta. En verdad, el ladrón que yo prefiero se desliza en mi con ligeros pasos, me roba mis pensa­mientos. Yo permanezco en pie completamente estú­pido como este pupitre. Pero no permanezco en pie mucho tiempo cuando ya me acuesto.

Cuando Zaratustra oyó hablar así al sabio, se echó a reír en su corazón: porque una luz había nacido en él. Y habló así a su corazón:

«Este sabio me parece loco con sus cuarenta pensamientos; pero creo que entiende bien el sueño. ¡Dichoso el que habite cerca de este sabio! Tal sueño es contagioso aun a través de un espeso muro. Hasta de su sillón de maestro se desprende un encanto. No en vano los jóvenes estaban sentados a los pies del predicador de la virtud. Velar para dor­mir, dice su sabiduría. Y, en verdad, si la vida no tuviera sentido y si yo debiera escoger un sin senti­do, este sin sentido me parecería el más digno de mi elección. Ahora comprendo lo que antaño se buscaba, sobre todo cuando se buscaban maestros de la virtud. ¡Lo que se buscaba era un buen sueño y vir­tudes coronadas por adormideras! La sabiduría era el sueño sin ensueños para todos estos sabios del púlpito tan alabados. No conocían mejor sentido de la vida. Aún en nuestros días hay muchos que se semejan a este predicador de la virtud y no siempre son tan honrados como él; pero ha pasado su época. No estarán mucho tiempo en pie cuando ya estarán acostados. Bienaventurados los adormilados, porque ellos se dormirán en seguida

Así habló Zaratustra.

Escrito por calamar a las 12 de Junio 2004 a las 09:31 PM
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